El energumenismo suele ser contagioso
Por momentos aquí y allá, cualquiera fuese la esfera de la vida, aunque especialmente en el ámbito público, el país parece dominado por la morbosa presencia de sujetos que, en trance emocional, quieren imponer su lenguaje incontrovertible.A veces el presente da la razón a aquel viejo adagio según el cual el hombre es un lobo para el hombre. Es cuando la agitación callejera y el desborde suspenden la convivencia social, instalando una suerte de ley de la selva.Pero también cuando en un contexto de polarización política, el escenario público es hegemonizado por furiosos que transforman el debate en una suerte de campo de linchamiento, donde no hay lugar para la moderación.A propósito el ex ministro Marín Lousteau, en un reciente artículo, diagnosticó que era poco menos que imposible debatir en la Argentina sin correr el riesgo de que a uno se lo etiquetara de K o anti K.En este contexto sesgado, lo importante no son los argumentos esgrimidos, sino a qué bando en pugna se pertenece. A partir de ello, entonces, se podía estar de acuerdo o no con lo dicho.Lousteau sugería que un medio digital se anime a realizar el siguiente experimento: "Publicar una columna moderada, firmarla apócrifamente por un opositor y aguardar los comentarios de los foristas; sólo para proceder luego a cambiar la firma por la de un oficialista y ver entonces cómo varían las opiniones".En el lenguaje familiar, llamamos energúmeno a aquellas personas que se hacen notar por la vehemencia de ciertos sentimientos y por la exageración y arbitrariedad con que los expresan."Te portas como un energúmeno", así reprochamos a aquel que parece haber perdido la razón, al estar dominado por una pasión violenta. Los hay de ambos sexos, de todas las edades y de todos los signos políticos.Son esos polemistas que, cuando carecen de argumentos para defender su postura, arremeten contra su adversario dialéctico, comienzan a alzar la voz, a hacer comparaciones abusivas, a apelar al argumentum ad hominem (atacar a la persona) o, simplemente, a amenazar.¿La Argentina es tierra fértil de este espécimen humano? ¿Acaso su "ecosistema público" favorece la proliferación de los exaltados, de extremistas fanáticos, quienes abrazados por su fiebre integrista sólo quieren imponer, llegado el caso de manera violenta, su punto de vista?Energúmeno es una palabra que viene del griego y quiere decir en su origen "agitado interiormente". Una acepción antigua del término remite a un poseído por el demonio.El diccionario de uso del español de América y España Vox, da una definición más usual: "Persona furiosa, alborotada o sin educación". Cabría, no obstante, ensayar una definición señalando que el ergumenismo es la pronta exaltación en pro de una idea o grupo, generalmente manifestado en forma de violencia simbólica y física.El virus del energumenismo es contagioso, tiende a expandirse al punto de dar la tónica a una época. Se lo suele detectar en mitines políticos, eventos deportivos, tumultos festivos, manifestaciones, medios de comunicación, entre otros escenarios públicos.La furia energuménica crece en ambientes ideológicos sectarios, donde todos se sienten que "tienen razón", y donde el que piensa distinto es visto como una raza maldita e irredimible.La democracia, cuya base es la tramitación del disenso, está en las antípodas de este tipo de extremismo exaltado, al que no le interesa escuchar al otro, y mucho menos enfrentarse a sus propios errores.
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