El entorno mediático en el cual somos espiados
Las tecnologías de la información, como todas las cosas humanas, son de doble filo. Pueden ser fuente de liberación, como instrumentos de control y manipulación social.Así como es un error confundir medios y fines, causas y efectos, lo es achacar a las herramientas los males de su uso indebido. El martillo puede servir, en efecto, tanto para construir un mueble, como para pegarle en la cabeza a alguien y matarlo.La analogía sirve para desentrañar las virtualidades de Internet, la telefonía celular y los nuevos artefactos que hacen posible que la sociedad actual sea la más conectada de todos los tiempos.Gracias a estos medios, por ejemplo, se han promovido con velocidad efectivos movimientos de protesta contra regímenes políticos ominosos, al tiempo que se potencian muchas causas humanitarias.En muchos sentidos, el nuevo entorno mediático ha supuesto un paso adelante a favor de la libertad. Como sea, conviene precavernos de las consecuencias patológicas del uso abusivo y no crítico de estos medios.La conectividad trae aparejado, por ejemplo, un espacio susceptible de control y manipulación a gran escala. La información privada en formato digital circula y se comparte, pero a la vez deja rastros.Solemos olvidar que los datos que lanzamos al ciberespacio -a veces con frivolidad, y a costa de la intimidad- pueden caer en manos extrañas, dibujando un entorno inquietante en el cual somos constantemente espiados.Las situaciones en las que cotidianamente nos exponemos a la mirada ajena son múltiples. El teléfono celular revela en dónde estamos, con quién hablamos, a quién enviamos mensajes de textos.Tecnológicamente es posible que se sepa, al hacer funcionar nuestra computadora, qué sitios visitamos, durante cuánto tiempo, qué compramos, sobre qué indagamos en los buscadores, de qué chat participamos.Nuestros movimientos se registran cuando retiramos dinero de un cajero automático, o si conducimos un auto que tiene sistema de rastreo satelital. Ni hablar de los jugosos datos que entregan los miembros de las llamadas "redes sociales".En esas redes un público masivo ventila fotos y datos personales sin percatarse de que el negocio de firmas como Facebook -que cuenta con 900 millones de usuarios- es vender esa información a las corporaciones económicas.En el mercado global, gran cantidad de firmas están interesadas en conocer los gustos de las personas. Saber el género preferido de lectura, películas y series favoritas, el equipo de fútbol del que uno es hincha, lo que se hace comúnmente en el tiempo de ocio, y los consumos cotidianos más insignificantes, constituyen una información vital que vale oro.Se diría que cuanto más detallados sean los perfiles que se despliegan en las redes sociales, más se nutren las bases de datos de empresas de todo tipo, interesadas luego en incentivar la venta de productos y servicios.Hoy Internet y las redes sociales permiten compartir información con millones de internautas, pero el lado oscuro de este proceso es que esos datos pueden ser revendidos y distribuidos para ser usados con fines comerciales o de cualquier otra índole.El británico George Orwell, publicó en 1948 una sombría novela ("1984") en la cual imaginaba una sociedad manejada, desde cumbres inaccesible y sin ubicación cierta, por un poder omnímodo, cruel e inmoral.Una sociedad de control absoluto de las personas, aunque bajo una fachada de benevolencia. ¿Qué diría Orwell, si viviera, sobre las posibilidades de espionaje que abre el actual entorno mediático?
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