VOTEMOS CON ESPERANZA…
El escenario de los argentinos: huérfanos de trascendencia y repletos de frustración
El 26 y 27 de Julio de 1822 los dos hombres más importantes de la independencia de Sudamérica, San Martín y Bolívar se encontraron en Guayaquil. Tenían que definir, urgidos por la falta de hombres y dinero, el cierre de la victoria sobre las fuerzas españolas. Fue un encuentro a solas, sin testigos, que sólo pudo ser reconstruido con el paso del tiempo y el intercambio de cartas entre los protagonistas y su entorno.
Por Jorge Barroetaveña
“Brindo por los dos hombres más grandes del continente”, dicen que dijo exultante Bolívar, en el banquete final de despedida de San Martín. El argentino, se levantó de su silla, elevó la copa y expresó: “Brindo por la pronta conclusión de la guerra; por la organización de las diferentes Repúblicas del continente y por la salud del Libertador de Colombia”. Minutos después se tomó un barco rumbo a Perú para después esfumarse para siempre de la escena política y militar del continente.
San Martín tuvo, con el paso de los años, un gesto de estadista. Priorizó la causa antes que la persona. Fue capaz de dejar todos los honores, por el objetivo mayor que era la independencia. Lo tenía todo y se quedó sin nada.
¿Será difícil pedirle a nuestros dirigentes, a los que se presentan en estas elecciones, gestos de ese tamaño? Quizás sea demasiado grandilocuente hacerlo. Quizás no estén en condiciones de dar semejantes ejemplos pero los necesitamos. La Argentina irá a las urnas en pocas horas en medio de una crisis con pocos precedentes. Hay indicadores económicos alarmantes, pero lo más grave es el 40% de indigencia. Cuatro de cada diez argentinos son pobres. ¿Somos conscientes de eso? Hoy, incluso quien tiene un trabajo en blanco ha caído en la indigencia, lo que desnuda la magnitud de la crisis.
Los que somos padres, y me tomo el atrevimiento de hablar en primera persona, adquirimos la idea de trascendencia cuando nace nuestro primer hijo. Es una cuestión biológica. Sí, lo es. Es natural. También. Uno adquiere conciencia entonces no sólo de la finitud de la vida, sino de su prolongación a través de los hijos. Son ellos los que nos van a trascender.
Con los países debería suceder lo mismo. O con las clases dirigentes que los gobiernan. Entre las cosas que se llevó el vendaval de nuestra decadencia, están los valores sobre los que se construye una sociedad. Claro que eso se enraiza con nuestra educación y nuestra cultura. ¿Dónde perdimos el sentimiento de trascendencia? Esos edificios, de las escuelas más viejas, imponentes e indestructibles, eran el símbolo de aquella visión de estado. Del país del futuro. Que valía la pena invertir en educación pero los frutos los verían los hijos o los nietos. No era la inmediatez. La urgencia por el resultado y el bienestar pasajero. Era la mirada levantada, profunda, en el horizonte de una Nación capaz de albergar a todos.
Quizás alguien tenga la bola de cristal para decir desde cuando perdimos esa visión. Como todo proceso histórico, tuvo idas y vueltas. Lo cierto, lo real, lo concreto, es que estamos huérfanos de trascendencia. No se trata de una cuestión de fe, es bien terrenal.
Por eso no viene mal bucear sobre algunos gestos de nuestra historia, como aquel de San Martín con Bolívar. O con la independencia de nuestros pueblos. O el arrojo de Güemes o la honestidad cabal de Manuel Belgrano. Argentina tuvo un Sarmiento que les puso guardapolvo a todos como máxima señal de igualdad y progreso social. Un Urquiza que sabía lo vital que era organizar institucionalmente el país y darle una ley de leyes como la Constitución Nacional.
Si alguna vez los tuvimos, ¿por qué no habríamos de tenerlos nuevamente? Para eso hay que empezar un camino de hormiga. Lento, muy lento, pero tenaz. Y tenemos que recuperar la idea de sentirnos parte de un objetivo común, bien grande, que nos supera y permanecerá en esta tierra cuando ya no estemos.
Este domingo, votemos con lo único que no nos robaron que es la esperanza. La esperanza de empezar a construir un país nuevo, distinto, renovado pero con los valores que nuestros próceres nos dejaron. Más allá del resultado, que serán los ciudadanos los que lo decidan, como debe ser, este domingo tiene que ser un comienzo y no el final. Vamos a votar con un gusto amargo. No son pocos los que creen que el lunes estalla todo. Incluso votan con esa intención.
Pensemos en el futuro. En cómo podemos aportar para sacar nuestra casa grande del pantano. En cómo podemos contribuir para dejarle a nuestros hijos y nietos un país, mejor. Empezar a sembrar una Argentina nueva que nos ilusione. No importa que no la veamos. Estará allí, latente, hasta que nazca. Habremos cumplido.