El éxodo forzoso de los aborígenes
Muchos descendientes de los pueblos originarios, acosados por el hambre, migran forzosamente hacia la periferia de los grandes conglomerados urbanos del país, un proceso que entraña un profundo desarraigo. Cada tanto trasciende por los medios nacionales que niños de familias aborígenes, situados en el norte argentino, mueren por desnutrición o por enfermedades derivadas de una alimentación escasa.Se trata de un indicador doloroso del cuadro de pobreza en que viven esas comunidades, que además lidian con un entorno ambiental adverso. Los "indios" argentinos probablemente sean los más pobres entre los pobres del país.Hace poco, al conocerse el caso de pequeños muertos por escasa alimentación, el titular del Centro Mandela de Derechos Humanos, Rolando Núñez, ha alertado que "la desnutrición es una endemia en el norte argentino, es sistémica"."Abundan el mal de Chagas, la tuberculosis, enfermedades que no fueron abordadas correctamente y estamos en un punto de máxima expresión" ha advertido y ha recomendado a los políticos que "continuar con el negacionismo no ayuda en nada sino que habrá más casos de fallecidos por causas evitables".En este contexto se comprende el éxodo silencioso de familias aborígenes hacia distintas capitales argentinas, buscando mejor suerte. De hecho se calcula que uno de cada tres aborígenes vive en el Gran Buenos Aires.Los qom, los collas, los mapuches y los mocovíes, entre otros, que se agrupan en comunidades, suman alrededor de 300.000, según reconocen el Consejo Provincial de Asuntos Indígenas de la provincia de Buenos Aires.Es interesante al respecto el testimonio del cacique Gumersindo Segundo, de la comunidad avá guaraní Iwi Imemby, localizada en el paraje 'El Peligro' del Gran La Plata.Respecto a cómo llegaron hasta allí, el cacique expresó a la prensa: "Nuestra historia yo creo que es similar a la mayoría de las comunidades originarias que se encuentran dispersas, lejos de su tierra natal, en donde no por voluntad propia sino por una migración forzosa, involuntaria, nos encontramos residiendo en este lugar de La Plata. Lamentablemente hemos iniciado un éxodo involuntario buscando poder seguir sobreviviendo como pueblo y tratar de seguir manteniendo nuestras raíces como pueblos prehispánicos".Y añadió: "Es triste, existe la Constitución Nacional artículo 75, el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo, la Organización Interamericana de Derechos Humanos, que reconocen a los pueblos preexistentes y reconocen la entrega de tierras aptas y suficientes para el desarrollo humano. Esas leyes para nosotros hoy en día no son aplicables, esta es la razón por la cual iniciamos el éxodo forzoso a distintos puntos de nuestro país".Por su parte Patricia González, vocera de la comunidad mocoví en la provincia de Buenos Aires, en diálogo con el diario La Nación, señaló: "Somos seres humanos, con la diferencia de que venimos de descendencia de pueblos originarios. Nada más, pero después tenemos todo: lloramos, reímos, vamos al baño...".La mayoría de esta población vive hacinada en la periferia de los centros urbanos y sufre la falta de tierras para vivir en comunidad. La urbanización es todo un desafío, porque supone el abandono de zonas ancestrales de vida.Las familias aborígenes suelen vivir en inmensos barrios que están atravesados por la marginalidad y el desarraigo. Es un proceso donde se produce, además, una pérdida de la cultura autóctona.
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