El extranjero y la amenaza del Otro
El rebrote de la xenofobia en Europa, como daño colateral de la crisis económica, pone en entredicho uno de los principios sociales de la globalización: la armonía entre las nacionalidades.o
Es un tópico universal creer que, gracias a las inauditas facilidades de comunicación y de intercambio, el modelo de las comunidades cerradas en sí mismas, caldo de cultivo de hostilidad hacia otros grupos humanos, desapareció progresivamente.
En su lugar, la sociedad humana habría entrado a una era de comprensión mutua, en la cual las etnias y nacionalidades, en un giro inédito de la historia, habrían optado por la coexistencia pacífica.
La llamada "aldea global", así, se ha presentado como la síntesis de la fraternidad e igualdad largamente anhelada por la humanidad. El nuevo orden mundial habría logrado desterrar la casi instintiva desconfianza hacia el extranjero, y por esta vía obturado el conflicto humano.
Muchos ideólogos de este orden diagnosticaron que despotenciado el apego al grupo o a la patria, decaerían esas reacciones de defensa y de agresividad que separaban y oponían a las colectividades humanas.
De hecho ha habido una declinación de los nacionalismos en las últimas décadas, a partir de la proliferación de cierta conciencia planetaria, excitada por la interconexión mediática.
El Viejo Mundo, especialmente, se lanzó al vasto experimento histórico de subordinar los particularismos a una idea universal: el europeísmo. Es que ese continente ha sido escenario en el pasado de verdaderas carnicerías humanas, a causa justamente de aventuras políticas nacionalistas.
Pero desde allí llegan noticias inquietantes acerca de un rebrote xenófobo, disparado por el hundimiento de la economía global. Es como si el desbarajuste de uno de los pilares de la globalización –la estructura económica- hiciese crujir el orden social y político de la Unión Europea.
Xenofobia significa odio, repugnancia u hostilidad hacia los extranjeros. Y suele ir de la mano con el racismo, cuando el grupo rechazado pertenece a una raza distinta. Pues bien, estos dos factores juntos están estallando en el corazón de Europa con la población inmigrante.
En todos estos años de globalización económica, Europa (junto a otro grupo de países catalogado de "centrales") ha creado una subclase social al incorporar ingente mano de obra barata de antiguas colonias, del Tercer Mundo o de la ex Unión Soviética.
Ahora, como la economía está cayendo en picada, los europeos insinúan que los inmigrantes tienen la culpa de la crisis. Algunos discursos políticos sostienen que hay desempleo porque hay mucha inmigración.
De hecho, en este momento proliferan las protestas y las huelgas, como las que hubo en el Reino Unido para rechazar la contratación de trabajadores de otros países de la Unión Europea.
También se verifican enfrentamientos sociales contra los trabajadores extracomunitarios, a los que se les pide que vuelvan a sus países después de haber requerido su fuerza de trabajo durante décadas.
Es decir, la xenofobia está carcomiendo las bases sociales del proyecto de la aldea global. Parece que la humanidad, pese a los discursos de progreso y evolución, sigue aferrada a los viejos instintos de desconfianza y agresividad hacia el Otro.
Este fenómeno de rechazo es antiquísimo. En la ciudad antigua (de griegos y romanos) llamaban "bárbaros" a los extranjeros. Era un término peyorativo (implicaba inferioridad) con el que se marcaba al enemigo.
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