POR LUIS CASTILLO
El futuro es para allá

Schopenhauer escribió: "No hay una ciencia general de la historia; la historia es el relato insignificante del interminable, pesado y deshilvanado sueño de la humanidad".
Por Luis Castillo* En diciembre de 1936, en la revista El Hogar, Borges escribía un artículo sobre alguien a quien no solo admiraba, sino que su obra, en particular una de ellas, afectó profundamente el pensamiento del escritor. Se trata de Oswald Spengler, un filósofo e historiador alemán que publicó en 1918: La decadencia de Occidente. El argumento de Spengler es que las culturas, sin importar de cual se trate, atraviesan las mismas etapas de un ser biológico (Juventud, Crecimiento, Florecimiento y Decadencia) hasta llegar inexorablemente a su desaparición. En palabras de Spengler: “Una cultura nace cuando un alma grande despierta de su estado primario y se desprende del eterno infantilismo humano; cuando una forma surge de lo informe; cuando algo limitado y efímero emerge de lo ilimitado y perdurable. Florece entonces sobre el suelo de una comarca, a la cual permanece adherida como una planta. Una cultura muere, cuando ese alma ha realizado la suma de sus posibilidades, en forma de pueblos, lenguas, dogmas, artes, estados, ciencias, y torna a sumergirse en la espiritualidad primitiva.” A mediados del siglo XX, un historiador inglés, Arnold J. Toynbee, en una obra fenomenal de 12 tomos "Estudio de la historia” analizó la evolución histórica de las civilizaciones a partir de preguntarse acerca de "quiénes y qué factores son los que dieron forma a las civilizaciones modernas". Para este autor, que provocó una verdadera revolución en el mundillo histórico-sociológico de la época, el planteo central estriba en la evolución y supervivencia de las civilizaciones, en cómo éstas respondían a los retos que su contexto les planteaba. Lo que este autor afirma es que toda sociedad realiza operaciones miméticas o imitativas; desde siempre. Sin embargo, una diferencia que separó a la sociedades primitivas (es decir, las que desaparecieron en determinados momentos históricos) y las civilizaciones modernas es la dirección de su imitación. ¿Qué significa esto? , que en las sociedades primitivas la mimesis (la mirada imitativa) se dirigía hacia los antepasados, hacia las generaciones más viejas, con lo que se refuerza así su legado y su prestigio pero a costa de generar un estancamiento en la sociedad; por otra parte, en las civilizaciones modernas la imitación se dirige hacia personalidades o minorías creativas que intensifican la respuesta de sus seguidores ante los retos que enfrentan para evolucionar y desarrollarse como sociedad. De este modo, el historiador nos subraya la importancia que tuvieron, en la creación de los Estados-Nación mediante las luchas por las independencias, las narrativas, los héroes y las épicas. Ahora bien, la evocación de épicas y héroes nacionales como brújula del desarrollo de naciones puede terminar provocando un verdadero estancamiento propiciado por las élites gobernantes que se encuentran con sus fuentes de creatividad agotadas, situaciones que pueden verse con facilidad en muchos países en donde en algún momento deben enfrentar la disyuntiva de continuar con la propagación del pasado o la búsqueda de nuevos horizontes y soluciones aunque esto conlleve, naturalmente, altos grados de incertidumbre. Un caso paradigmático es el de China, un país que ha tenido un desarrollo tecnológico y un crecimiento económico impresionante en los últimos 40 años; recordemos que Deng Xiaoping es ahora elogiado y será recordado como el gran reformador de China al permitir la apertura económica y tecnológica que permitió a su país estar donde ahora está. Sin embargo, para lograr esto, en las décadas de 1960 y 1970, Xiaoping tuvo que enfrentar la política que arrastraba el comunismo de Mao Zedong, que castigaba con la cárcel a quien se atreviera a hablar de capitalismo y su “trampa de la modernización tecnológica”. Si Xiaoping hubiera cedido ante la presión del pasado, en lugar de transformar a su país gradualmente hacia una economía innovadora y globalizada, se habría perpetuado ese modelo ineficiente de comunas agrícolas y de intervencionismo que llevó al país a hambrunas que hoy, afortunadamente, ya forman parte de una historia oscura y lejana. A los países -o a las civilizaciones podríamos decir parafraseando a Toynbee- como a las personas, vivir de la nostalgia solo puede conducir a pasados idealizados y que de ningún modo resisten el peso de la realidad. Refiere la politóloga María Esperanza Casullo, “…la narración del pasado desempeña un papel destacado” al “dar una relación detallada de las afrentas, agravios, y en particular, traiciones que han llevado a este pueblo a su actual situación de subordinación” y al mismo tiempo “establecer la tradición histórica, política, cultural y sobre todo moral que sustenta a ese pueblo y resulta el principal recurso para su lucha histórica”. No son pocos los observadores que hablan de un cambio de época irreversible. La pandemia, como ya hemos afirmado en varias ocasiones a través de esta columna, ha sido un brutal catalizador de situaciones sociales, económicas y tecnológicas que solo pueden ser negadas mediante la ignorancia o la manipulación, pero, que el nuevo siglo ha llegado, no cabe ninguna duda. Una nueva era que plantea nuevos desafíos, nuevos problemas, nuevos dilemas, nuevos interrogantes ante los cuales, obviamente, las esquematizaciones mentales con las cuales se solía referir a las distintas concepciones sociales, esto es, simplificando al máximo, la visión de derecha y la de izquierda, ya no se sostienen. Pretender responder ante nuevos problemas con viejas soluciones es como pretender resolver el crucigrama del suplemento dominical con las respuestas del domingo anterior. No está de más recordar que a Toynbee le gustaba decir que las civilizaciones mueren por suicidio, no por asesinato. Esto, que parece casi una obviedad, increíblemente no lo es tanto. La mayoría de los discursos políticos están vacíos de contenidos y apelan a épicas aggiornadas para la ocasión ignorando irresponsablemente la responsabilidad asumida o por asumir. Avanzar hacia el futuro mirando al pasado no conduce sino invariablemente al retroceso lo cual, en términos sociales, puede significar una verdadera catástrofe. Conocer la Historia nos incita a desarrollar el pensamiento crítico ante problemas complejos sujetos generalmente a múltiples interpretaciones; por eso, en un contexto de creciente incertidumbre no está de más recordar a los historiadores romanos que explicaban su oficio con esta máxima: Aspice, Respice, Prospice (observa el presente, recuerda el pasado, mira el futuro). En esto, el orden de los factores sin dudas puede alterar el producto. *Escritor, médico y Concejal por Gualeguaychú Entre Todos
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