VIVIMOS EN UNA SOCIEDAD INJUSTA
El juicio a la Corte Suprema de Justicia: otra oportunidad perdida para la democracia

El Congreso será escenario dentro de un par de semanas de un debate inútil, estéril que, una vez más quedará desaprovechado. La justicia en la Argentina no funciona bien. ¿Alguien tiene dudas de eso? En los últimos años el problema se ha ido agravando y, pese a los esfuerzos de unos pocos, la sociedad percibe que la distancia es cada vez más grande.
Por Jorge Barroetaveña
Vivimos en una sociedad injusta. Convivimos con injusticias todos los días que vemos en la calle. Desde un problema de tránsito menor hasta un hecho más grave que termina comprometiendo la vida de alguien. Nos hemos vuelto indiferentes ante tantos casos de injusticias. La gente deambula por los medios, porque no les queda más alternativa, peleando a brazo partido por recuperar algo de lo que perdió o sentirse satisfecho por decir “se hizo justicia”.
Por eso el debate sobre la justicia y la calidad de sus operadores no es menor. Es vital para nuestra democracia y para su salud institucional. Hay dos partes en pugna, dos poderes del estado que se recelan y tienen roles diferentes. En el medio está el desprestigio que, así como abarca a la ‘clase política’, incluye dolorosamente a los operadores de justicia. Ejemplos abundan, aunque lo más patético sea lo que tardan algunos procesos, sobre todo cuando los involucrados son funcionarios públicos. Ahí se da pábulo a la justicia para los ladrones de gallina y la justicia para los ‘ricos’, concepto amplio en el que cae todo lo que esté vinculado al poder, sea económico o político.
Salta pues la palabra privilegio, que define en buena manera la percepción social sobre la administración de justicia. Son privilegiados que cobran buenos sueldos, no pagan impuesto a las ganancias y tampoco rinden cuentas. Encima marchan para donde sopla el viento político de turno. Son una ‘gran familia’. Acá también hay puntos de contacto con la política que suele convertirse en una empresa familiar. La mujer, el hijo, el primo, la hermana, ejemplos pululan por todos lados. Se van sucediendo unos a otros hasta la eternidad. Eso indigna y se suma al listado de reproches.
Pretender pues que un poder juzgue a otro con cierta imparcialidad es complicado. Las motivaciones además el mundo las sabe. Cuando Cristina decidió volver al poder tenía un objetivo clave: acabar con todas las causas judiciales que el macrismo impulsó en su contra. Fue el único capital que le cedió al Presidente de la Nación. Alberto no sólo no cumplió con eso, con muchas otras cosas. Cristina, al cabo su mentora y dadora de votos, no se lo perdonará jamás. Su ineficacia para actuar sobre la justicia la obligará a ella a peregrinar con furia por los tribunales, pelearse con jueces y fiscales, e impulsar cuanta reforma ande dando vueltas. Lo último es el pedido de juicio político que Alberto recogió e impulsó para tratamiento en el Congreso. En el camino quedaron los girones políticos del apoyo de los gobernadores que volvieron a demostrar que hasta la puerta del cementerio te acompañan. Entrá solo, te dicen, y mientras amagan y enfilan para la calle. De Schiaretti o Perotti podía esperarse eso, más no de Bordet. En ese berenjenal se metió sólo el Presidente, ferviente abanderado de las causas perdidas.
El Congreso será entonces testigo mudo de acusaciones, insultos y la profundización del desprestigio de las instituciones. Curioso, lo que buscan remediar lo van a terminar empeorando. Además porque es una batalla que perderán inexorablemente. Ni siquiera desde la política será ventajoso porque no hay manera de hacerle entender a la sociedad que están peleando por algo que podría mejorarles la calidad de vida. Lo que es necesario y casi hasta imperioso para nuestra calidad de vida institucional se vuelve vacío y peligroso, porque no hace más que multiplicar los cuestionamientos. Y el descreimiento, un sentimiento que corroe nuestra esperanza.
Claro que de las barbas en remojo no se salva nadie, ni la oposición. Al cabo, los chats que se intercambiaban entre funcionarios de CABA con el Secretario de un juez de la Corte desnudan lo que todos saben: que las relaciones existen y suelen transitar caminos escabrosos. Los apodados ‘sótanos de la democracia’ han vuelto a hacer un enchastre. O lo delatan en realidad. En CABA hace más de 20 años que las grúas han hecho de las suyas. Hicieron millonarios a varios empresarios. Todo con el aval de los gobiernos de turno, incluídos Macri y Larreta.
El kirchnerismo en el poder no es el mejor representante para enarbolar ninguna bandera vinculada con la justicia y los servicios. Muchos recuerdan alguna convocatoria del ex Presidente Néstor Kirchner a su despacho. Siempre tenía información privilegiada en lindas carpetas. ¿Ilegal? Quizás no, astucia política. Pero sabía usarlo. El agua bendita sólo está en las iglesias. En tribunales, en el Congreso y en la Rosada no se consigue.