El lado oscuro del fútbol argentino
Traído a estas tierras por los residentes ingleses, en 1867, el fútbol entre nosotros se ha convertido en algo más que en un atrapante juego. Hoy es un complejo fenómeno cultural que habla mucho de los argentinos.o
Basta ver la presencia mediática que tienen los programas de fútbol, para darse cuenta de la importancia de este deporte en la vida social. La Argentina, se dice, es un “país futbolero”.
Como hecho sociológico viene despertando desde hace tiempo el interés de los cientistas sociales, quienes ponen la lupa sobre las conductas de hinchas, jugadores, políticos, empresarios y periodistas.
Se ha dicho más de una vez, por ejemplo, que el fútbol le permite sobre todo a los miembros de las clases populares sentirse alguien. Es decir, la pertenencia a unos colores o a un club otorga identidad a mucha gente, que busca recuperar así un orgullo perdido.
Desaparecidos los mecanismos tradicionales de identificación (la religión, la política, el trabajo, la educación, el sindicalismo) el fútbol emerge como el gran dador de identidad.
Paralelamente, el fútbol revela lo peor de nosotros mismos como sociedad. “El opio moderno de los pueblos”, al decir del sociólogo Juan José Sebrelli, parafraseando a Carlos Marx, aparece en principio como un mundo especialmente violento.
En el país han muerto más de 200 personas por incidentes vinculados con la violencia en el fútbol, mientras que ya son parte del paisaje periodístico los desmanes de las llamadas “barras bravas”.
De hecho, se percibe que detrás de la pelota se esconde un negocio turbio, cuyas ramificaciones comprometen a la dirigencia de los clubes y a la dirigencia política. Es común ver, por ejemplo, a los ‘barras’ del fútbol animando actos partidarios o movidas sindicales.
En tanto, una de las últimas noticias de este mundo da cuenta que el INADI hizo una denuncia ante la AFA por la agresión de Rolando Schiavi, jugador de Newell”s, contra el jugador Ricardo Gómez de Gimnasia de Jujuy.
La agresión ocurrió en el partido del pasado viernes. Según la crónica, Schiavi no se dio cuenta de que una cámara de televisión seguía sus pasos y atacó al tucumano Gómez, diciéndole: “La c... de tu madre, negro de m...”.
Todo el mundo coincide en afirmar que estos episodios suelen darse en la cancha entre los jugadores. Pero en realidad son una constante entre las hinchadas, que han hecho de la beligerancia una cultura.
Esto se echa de ver en los cantos que se corean en las tribunas –donde la violencia verbal es la nota distintiva- o en la actitud del hincha hacia los simpatizantes de los otros clubes.
“No existís”, suele ser la expresión con la que unos literalmente eliminan a los otros. “Los hinchas son xenófobos, racistas y discriminadores”, asegura el sociólogo Pablo Alabarces, quien ha escrito libros sobre el tema.
Doctor en filosofía en Inglaterra y secretario de posgrado en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, Alabarces está convencido que el mundo del fútbol entre nosotros es un resumidero de lo peor de la cultura del país.
Según él, aquí anida “el último bastión de la resistencia masculina”, en el cual la violencia es motivo de orgullo. Este mundo, dice, está dominando por la “cultura del aguante”.
Esa cultura es “una ética, una concepción moral del mundo según la cual tener aguante significa ser más macho que otro. Pero los opuestos no son hombre versus mujer, sino hombre versus no hombre. El aguante tiene que ser demostrado continuamente, con la lógica de los hinchas, en el combate. Si no hay combate no hay aguante”.
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