El mundo convulso es una caja de sorpresas
Los noticieros y los titulares de los diarios trasuntan un dramatismo tal que viene a la memoria aquella frase del comediante norteamericano Groucho Marx: "Paren el mundo que me bajo". Basta con detenerse en los insospechados episodios árabes para tomar nota de que la historia va hacia donde ella quiere. O mejor: que depara cada vez más desconcierto.La cartografía mundial se hace y se rehace aceleradamente. Nada mantiene su rumbo ni su forma durante mucho tiempo. Vivimos una época signada por vertiginosos e imprevistos cambios de circunstancias.Los economistas, por ejemplo, están curados de espanto. Dicen que el mundo todavía no ha terminado de digerir el colapso financiero de las hipotecas subprime, y ahora se le suma una eventual crisis del petróleo, a causa del colapso árabe.La suba de ese combustible, principal insumo energético de la economía mundial, ya está contagiando al conjunto de los países. Y las incógnitas sobre lo que pueda suceder son muchas.Por ejemplo, ¿qué sucedería con el precio de los hidrocarburos si las monarquías y dictaduras que hoy se tambalean o derrumban son sustituidas por regímenes islámicos radicalizados?Los países emergentes como Argentina, que saborean las mieles de los commodities en alza, ¿no deberían preocuparse cómo impactará la suba del petróleo sobre el principal comprador, China? ¿Se sostendrá el consumo de soja y otras materias primas?Los agro-negocios están en el centro de la discusión. Cada vez son más los representantes del establishment global que consideran que la causa de la inestabilidad social y política en Medio Oriente está en el encarecimiento de los alimentos.El presidente del Banco Mundial (BM), Robert Zoellick, acaba de advertirles a los ministros de Finanzas del G20 que el mundo está llegando a un "punto peligroso", lo que podría acentuar la inestabilidad política.De hecho en los próximos dos años, "podrían producirse disturbios, podrían caer gobiernos y las sociedades inclinarse al desorden", fue el tétrico pronóstico lanzado por Zoellick."Necesitamos ser sensibles y estar alertas sobre lo que está pasando con los precios de los alimentos y su efecto potencial en la inestabilidad social", dijo el responsable del Banco Mundial.Pero estos diagnósticos de nada sirven si no se elimina la sospecha, confirmada por la crisis financiera global, de que el proceso mundial está librado a su propia suerte.Alguna vez el mundo fue el producto del diseño humano, y como tal gobernado por algún poder capaz de disciplinar las fuerzas técno-económicas que se movían en su seno.Desde hace algunas décadas existe la sensación de que el impulso globalizador está fuera de control. No hay ninguna dirección, ningún objetivo que dirija el proceso.Ni los políticos, ni los ejecutivos, ni los tecnócratas parecen tener un real poder de decisión sobre fenómenos que han sobrepasado la capacidad de control humano.¿Está sumido acaso el planeta en el caos social, político y ecológico? Una cosa parece cierta: nuestras vidas se definen por la precariedad y la incertidumbre constante.Los autócratas del Medio Oriente, que salen eyectados de sus lujosos sillones, conocen algo de esta inestabilidad repentina y dramática. ¿Quién sabe, finalmente, hacia dónde se dirigirá el mundo árabe, hoy envuelto en una profunda convulsión?Cada vez resulta más difícil realizar cálculos fidedignos y los pronósticos infalibles son ya inimaginables. Los nuevos escenarios, configurados por poderosas fuerzas, muchas de ellas ciegas, son impensados.Lo que se diría una verdadera caja de sorpresas.
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