El mundo nos compra, pero ¿lo aprovechamos?
Desde hace una década Argentina ha quedado en una situación excepcional en el tablero mundial. Los precios de los bienes que produce están por las nubes. ¿Qué hace Argentina para capitalizar esta coyuntura?El discurso nacionalista de "vivir con lo propio" -dominante hoy en el pensamiento oficial- sugiere que el país se basta a sí mismo. Y que estos años de bonanza ratifican que el negocio es replegarse sin depender del mundo.Es una retórica que está empapada de ideologismo, destinada para consumo interno de esa franja de opinión, que abarca tanto la derecha como la izquierda, según la cual desde 1810 el país sufre un complot gestado por poderes extranjeros perversos.El dispositivo mental que sustenta esta ideología actúa como una excusa tranquilizadora. En efecto, postula que si nos va mal, o no como quisiéramos, la culpa siempre es ajena.Desde esta óptica, la globalización es la continuación del neoliberalismo, y por tanto equivale lisa y llanamente a una maldición. Sin embargo, los nuevos hechos contradicen las previsiones de la teoría "autarquista".La realidad indica que la globalización -expresión de la cual es el comercio mundial- está jugando a favor de la Argentina como no lo hacía desde que había sido catalogada -a fines del siglo XIX y principios del XX- como "granero del mundo".El dato duro, incontrastable, es que el nuevo siglo llegó con las alforjas llenas a estas pampas, y esto como reflejo de un cambio cualitativo operado al interior del capitalismo.La emergencia de Asia y China como nuevo polo de poder económico desató una demanda de materias primas que ha convertido a América Latina, antes condenada al infortunio, en el continente del crecimiento económico.La noticia es que los precios de los granos (soja, trigo, maíz) volvieron a alcanzar esta semana otra nueva escalada excepcional, lo que augura un flujo constante de dólares baratos para el país.Hasta no hace mucho el fracaso latinoamericano se explicaba con la teoría del "deterioro de los términos del intercambio", según la cual los países periféricos estaban condenados porque producían bienes siempre mal pagos en el comercio mundial.Esta ecuación ha cambiado radicalmente, a tal punto que mientras los países centrales atraviesan hoy una crisis profunda, América Latina vive una suerte de primavera económica.En el caso de Argentina, los productos primarios que produce son la fuente principal de ingresos, y, por tanto, constituyen la mejor posibilidad de financiamiento de la economía.Sin embargo, a un país no lo saca del subdesarrollo vivir de la renta agraria. Aunque es probable que la coyuntura externa favorable persista varios lustros, es un problema estar sujeto a los cambios, a veces imprevistos, del mercado mundial.Por tanto, la cuestión central pasa por saber si Argentina aprovecha este ciclo histórico favorable, acometiendo decididamente el desarrollo de sus fuerzas productivas.Un observador externo calificado como el brasileño Roberto Mangabeira Unger, ex ministro de Lula, y referente académico del continente, tiene una opinión negativa del proceso argentino.Desde su óptica, el país ha caído en un atajo fatal, consistente en "expropiar el excedente económico del agro para financiar el consumo de las masas urbanas", reeditando así una vieja receta fracasada."Nuestra riqueza natural y agropecuaria puede ser muy buena como manera de financiar una alternativa o muy mala como una manera de evitar el desafío de construir esa alternativa", ha dicho.Mangabeira Unger nos advierte que la abundancia de recursos naturales puede terminar siendo una maldición para nuestro país. El nuevo escenario, así, le plantea desafíos inéditos, en un contexto donde la historia le vuelve a sonreír.¿Llegó la hora de Argentina o va camino a consumar un nuevo fracaso colectivo?
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