El país y la región, ¿el fin del derrotismo?
Una suerte de maldición histórica condenaba a Latinoamérica al atraso y la miseria. Pero desde hace una década nuestros países experimentan un crecimiento sorprendente de sus economías.La representación de la realidad ha quedado obsoleta tras la caída del Muro de Berlín, aunque todavía haya quienes estén presos del maniqueísmo ideológico de la Guerra Fría.No es la primera vez que la teoría social se revela impotente a la hora de dar cuenta de lo que sucede. Es el pecado del "ideologismo": anteponer la abstracción a lo que acontece, la idea al hecho.Pero la época de los pensamientos simplificadores quedó atrás. Por ejemplo: ¿qué validez tiene hoy la teoría social latinoamericana de los '70, según la cual el subdesarrollo de la región es una consecuencia necesaria de su inserción subalterna en el mercado mundial?Los postulados de esa teoría llevaban las marcas del determinismo marxista. La dialéctica amo versus esclavo aplicada al comercio mundial congelaba a Latinoamérica a un estatus de inferioridad irrevocable.Desde esta lógica, pensar cualquier alternativa de desarrollo pasaba por voltear al capitalismo, para ir a un modelo socialista. O en otros términos: no había esperanza para Latinoamérica a menos que fuera subvertido el sistema.Pero la historia se mueve al margen de los dogmas ideológicos, y resulta que hoy nos encontramos con que los papeles en el escenario mundial se han invertido, de suerte que mientras el "centro" desarrollado está en crisis, la "periferia" no para de crecer.The New York Times habla de que la región, "acosada en el pasado por moratorias de deuda, devaluaciones monetarias y la necesidad de rescate por parte de los países ricos", ahora en cambio "está experimentando un robusto crecimiento económico que es la envidia de sus contrapartes en el Norte".Esta dramática reversión de roles no es accidental. El último tiempo, la región se ha transformado profundamente. El caso de Brasil, cuya economía crece el 9% este año, es emblemático: se ha convertido en una potencia industrial y agrícola mundial, sacando a unas 30 millones de personas de la pobreza.Similar progreso se comprueba, en distintos grados, en otros países latinoamericanos. Argentina es otro ejemplo de cambio de época: se muestra solvente y ha superado el maleficio de crisis cíclicas recurrentes.¿Qué ha pasado, entonces? ¿Dónde reside la clave de este fenómeno sorprendente? El economista Miguel Bein dilucidó el enigma: el país "quedó del lado bueno del rompecabezas mundial por los efectos de la integración de China e India al mercado mundial", sostuvo.Ni hace falta decirlo: Argentina hoy es superavitaria gracias un producto mágico, la soja, cuya demanda asiática es extraordinaria. Hoy cotiza a 400 dólares la tonelada, cuando diez años atrás valía 120 dólares.Entre 2008 y 2010, las exportaciones de soja habrán rondado los 50.000 millones de dólares. La cosa es seria: por primera vez en 70 años la Argentina dispone de una producción que al mundo le interesa comprar. Es un cambio cualitativo en su inserción internacional.Bein compara el fenómeno con el pacto Roca-Ruciman, "cuando en 1932 Argentina pidió que le reconozcan el estatus de colonia del imperio británico para poder vender carne".La revolución agrícola que experimentó el país en 1996 con la soja transgénica -por la cual incorporó 20 millones de hectáreas a la agricultura- acoplada a la demanda mundial, explica la bonanza de estos años.Los economistas coinciden en que la renta sojera garantiza un ingreso inédito de divisas al país, suficiente para financiar las importaciones, la fuga de capitales y el pago de la deuda del sector público.La teoría según la cual Latinoamérica está condenada al infortunio, por su inserción estructural desventajosa en el comercio mundial, no cuaja con la dinámica actual de la globalización.Acaso sea el "Fin del derrotismo", como ha titulado hace poco el diario español El País, al hablar de la situación latinoamericana.
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