El paso del estado del bienestar al del malestar
"Los indignados", la protesta social que crece en España y quiere contagiarse al resto del Viejo Continente, es el epifenómeno de la crisis que atraviesa al modelo europeo de bienestar.Se diría que la movida española tiene algún punto de contacto con las cacerolas que se escucharon en Buenos Aires en 2001. Tocados en su bolsillo, amenazados en su prosperidad, mucha gente adquiere súbitamente conciencia cívica.La "primavera española", así le llama el diario The Washington Post, es sobre todo una arremetida contra la clase política, a la que se acusa de la pérdida de nivel de vida.No es casual que el epicentro de este movimiento, que repicaría en otras capitales europeas, surja en España, el país cuya tasa de desocupación duplica la media continental.La Plataforma del "15M" -llamada así por el domingo 15 de mayo cuando comenzó la protesta en Madrid- recoge sobre todo el drama de los jóvenes sin trabajo, un fenómeno que atraviesa toda Europa.Ahora mismo en el Viejo Continente se multiplican las protestas y movilizaciones a través de las redes sociales, en los que cientos de miles de "ni-ni" (como se han dado en llamar quienes ni trabajan ni estudian) demuestran toda su rabia y piden a gritos oportunidades y un futuro.Salvando distancias y diferencias, es llamativo que el malestar europeo se enanque en aquello mismo que fue el detonante de la ola de rebelión que sacudió al mundo árabe, y que se llevó puestas a viejas autocracias.¿Qué cruje en Europa, una de las patas del denominado mundo rico? Las recientes crisis financieras de Irlanda, Grecia y Portugal, y el auge de los partidos ultraderechistas, ¿qué están revelando?Para muchos expertos el "estado de bienestar", ese feliz invento europeo de la posguerra, una especie de capitalismo con mercados administrados, que fascinaba al mundo por su cohesión política y social, parece haber entrado en fase de terapia intensiva.La Europa del siglo XXI, con su formato de integración, con moneda única (el euro), que proyectaba la imagen de un bloque próspero y pacífico, con un futuro radiante, atraviesa su peor crisis histórica.El modelo no sólo está golpeado financieramente -estados miembros insolventes expuestos a los vaivenes de las finanzas- y lidia con tasas de desocupación obscenas, sino que arrastra también problemas estructurales pocos mencionados.Uno de ellos es el envejecimiento de la población y el colapso de las tasas de natalidad de las poblaciones autóctonas. Para algunos expertos, cuando la población deja de aumentar y el crecimiento económico se estanca, el sistema deja de tener futuro.Este cuadro impacta en las finanzas públicas, las cuales no pueden financiar el sistema de previsión social (jubilaciones y pensiones), que es la joya del modelo de bienestar.Hay que pensar que estas tendencias demográficas llevaron a los estados europeos a favorecer la inmigración, cuyos miembros son las primeras víctimas de la desaceleración económica y el desempleo.Todo este cuadro genera inestabilidad política en el sistema, que pierde adhesión y legitimidad ante los ciudadanos. Por lo pronto, la exacerbación nacionalista en muchos países, que agita banderas que se creían olvidadas después de la hecatombe bélica de la Segunda Guerra, amenaza la Unión Europea (UE), y su proyecto ecuménico.Difícil predecir si el modelo europeo entró en una decadencia sin retorno, si el futuro de la UE reproducirá el final de la URSS, que terminó disuelta, como pronostican algunos.Las predicciones sociales siempre fracasan. Es la historia, finalmente, la que tiene la última palabra.
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