El poder tiene razones que la ética desconoce
Seres morales al fin, tendemos a juzgar la política en relación a cómo debería ser. Pero si partimos de que el poder tiene una lógica amoral, como dijo Maquiavelo, la cosa aparecería menos escandalosa.Todo pasa por saber cómo uno se para frente al fenómeno político. Decir, por caso, que el kirchnerismo le hace daño al país, entre otras razones porque echa mano a prácticas non sanctas, lleva implícita la idea de que hay algo más allá del poder.O mejor, que el régimen político no es fin sino medio para hacer posible un ideal, acaso el "bien común". Sobre la conducta del gobierno K, en este contexto, pesaría una condena ética.No se ajustaría, así, al ideal de bondad y justicia, concebidos como valores objetivos que están por encima del obrar político, al cual de última regularían desde el punto de vista axiológico.Otra cosa es decir que la crisis institucional que sufre la Argentina estos días, es producto de una pérdida del poder real del gobierno, que ya no controlaría el Congreso y a quien los jueces se atreven a desafiar.Esta afirmación, como se ve, no abre un juicio de valor sobre una conducta política determinada -del tipo "Cristina Kirchner se pone por encima de la ley"- sino que pretende recoger un dato objetivo de la realidad: el poder se está licuando.Fue Nicolás Maquiavelo (1468-1527) quien introdujo esa perspectiva. De lo que se trata, decía, es de abordar la actividad política tal cual es en realidad, en vez de precisar cómo debería ser.Maquiavelo observó la conducta de los políticos de su época y extrajo algunas desagradables conclusiones. La principal es que el éxito político, como mantener el control firme del Estado, nada tiene que ver con la moral."El ser bueno es útil pero no hay que trepidar en ser malo cuando de esa manera se obtiene el resultado apetecido", escribió el italiano.El libro que lo hizo célebre, "El Príncipe", versa sobre la realpolitik, el oscuro trasfondo de la vida política diaria. Ése es un manual, además, para quienes ambicionan conquistar o conservar el poder político.En su repugnancia a considerar las acciones políticas en un orden diferente del ejercicio puro del poder, el italiano hizo escuela.Esta fama de calculada objetividad frente al fenómeno político, y esta despreocupación total por cualquier solicitud moral (bien común), ha convertido al florentino en un precursor de politólogos, especie de científicos observadores de la dialéctica implícita al poder.Entre nosotros, un politólogo muy consultado es Rosendo Fraga, quien en la última semana explicó que la pérdida de poder del gobierno K -que para él deriva de la derrota electoral de junio del año pasado- amenaza la gobernabilidad.Cuando el gobierno pierde la elección previa a las presidenciales, "pierde el poder", concluye, estableciendo una especie de ley física del poder en Argentina.Alfonsín y De la Rúa debieron, por esta causa, renunciar anticipadamente. No así Carlos Menem, quien pese a que tuvo que resignar un tercer mandato, mantuvo la gobernabilidad hasta el último día.Y esto pudo hacerlo, dice Fraga, porque conservó la mayoría en el Congreso y el apoyo del PJ. "La cuestión con Kirchner -razonó- es que ha perdido la mayoría parlamentaria y el apoyo del PJ es relativo; de allí los riesgos para la gobernabilidad".La crisis política e institucional de estos días reflejaría, en estos términos, una crisis de hegemonía del oficialismo. Frente a lo cual, el kirchnerismo reacciona diciendo: o se tiene todo el poder o nada.Este sería el dilema de la superestructura política. ¿Y qué es lo conveniente para el país, más allá de la pura lógica de la dominancia? ¿Cuál es el deber ser? El poder tiene razones que la ética desconoce, diría Maquiavelo.
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