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El presidente Javier Milei, a todo o nada para imponer su modelo de país
Nadie podrá decir que Milei no tiene las cosas claras. Bajo el lema “ahora o nunca” ha planteado un cambio de raíz del modelo económico que ha gobernado el país los últimos 70 años, con sus más y sus menos. Lo delata la resistencia que generan los cambios en muchos sectores de la sociedad que se sienten afectados. ¿Le dará el cuero para sostener su pretensión?
Jorge Barroetaveña
Corre a ritmo de luz el primer gobierno de un liberal libertario como el mismo Presidente se define. Cuando todavía se debatía el famoso DNU que voltea de un plumazo o reforma más de 300 leyes, salió con fritas el proyecto de Ley Ómnibus para el Congreso que, es lo mejor, al fin se pondrá a trabajar después de un largo tiempo de vacaciones.
La iniciativa es tan amplia y abarca tantos campos que les llevará días poder conocerla en profundidad. Más allá de pareceres, la afectación de centenares de leyes tendrá un efecto práctico inevitable. No hay sector de la vida económica que quede al margen. Tampoco parece habrá términos medios, es el todo o nada tan fiel a nuestra historia. Desde la Casa Rosada decidieron apostar por todo, bien amplio, quizás para dejar margen para negociar. La oposición kirchnerista no quiere nada y rechaza todo, también. En el medio van a quedar los restos en los que se partió Juntos por el Cambio. Radicales, PRO, peronistas republicanos, legisladores que responden a los gobernadores, que serán el fiel de la balanza y, en última instancia, tendrán que tomar una decisión crucial.
El experimento Milei se enfrenta a un escenario nunca visto: impulsar un cambio de modelo desde la debilidad política institucional. La LLA está lejos de ser mayoría en ambas cámaras, no tiene gobernadores que le respondan y los gremios están en la vereda de enfrente. Se abrazan a la legitimidad del 56% de los votos y al pasado reciente que todavía fogonea el ánimo popular. Nadie puede creer que éramos Suiza antes de Milei y ahora somos Zambia. Salvo el círculo pequeño fanatizado que sigue apostando a romper todo y cuanto peor, mejor, la inmensa mayoría del pueblo argentino sabe de dónde venimos. Pero eso no es un cheque en blanco para hacer cualquier cosa o extender el sufrimiento sin esperanzas ciertas de un futuro mejor. Es una carrera contra el tiempo angustiante.
En esa disyuntiva, la opción que tomó el oficialismo no tiene vueltas. Los sectores duros de la oposición tampoco y lo que queda de Juntos por el Cambio está en veremos.
Milei tiene un estilo de conducción errático y poco previsible. En Aerolíneas Argentinas optó por dejar a alguien que viene del anterior gobierno. Algo similar ha ocurrido en otros puestos claves del estado. Michel (hombre de Massa), que estuvo hasta hace dos minutos en la Aduana, también pudo haberse quedado. Si bien la idea de desprenderse de muchas empresas hoy en manos del Estado está plasmada en el proyecto de la Ley Ómnibus nadie sabe cómo será ese proceso y quién lo conducirá. Todo se trata de ‘avanzar’, a como dé lugar.
En política suele decirse que un dirigente se mide por la calidad de enemigos que tiene enfrente. Derrotados pero vivos, Milei no sólo tiene que pelear contra una parte de la dirigencia política. También lidiará con sindicalistas, empresarios, jueces y los sectores que se ven afectados por la reforma que quiere emprender. No importa el tenor. Siempre habrá resistencias.
La CGT, a ritmo veloz ya anunció el primer paro general contra el gobierno. Bate su propio récord decretando una medida de fuerza cuando hace apenas 20 días que asumieron las nuevas autoridades. “La democracia está en juego”, braman los sindicalistas, todavía conmovidos por el efecto que las medidas tendrán sobre las cajas que manejan. Se dividen entre los duros y los dialoguistas, aunque este round lo ganaron los primeros. Habrá negociaciones de acá al 24 de enero. La pretensión de reforma es tan amplia, que deja huecos para la flexibilidad en pos de llegar a acuerdos parlamentarios. Quizás Armando Cavalieri de Empleados de Comercio se apuró en avisar que adherirá al régimen de indemnizaciones de la construcción, que tiene desde hace años la UOCRA. ¿Sorprende? No, son los mismos que respaldaron las privatizaciones de Menem en los ’90, el antecedente más patente de lo que está pasando ahora. Y la cintura para negociar de nuestros sindicalistas es tan vieja como su cercanía con el poder de turno. Nada los incomoda.
El verano será más caliente que nunca. Nunca antes un gobierno se ha jugado tantas cosas en tan poco tiempo. Obliga al resto de los actores a dejar la modorra de la comodidad del espacio ganado. De los que miran desfilar por la calle la crisis galopante en la que estamos envueltos desde hace años. Hay aroma a final de época en la Argentina. El primer indicio fue el 19 de noviembre pasado. Milei quiere romper esa pared que, según su visión, le pone el sistema. Está todo por verse.