POR JORGE BARROETAVEÑA
El Presidente y su programa favorito: "Las mil y una de Sapag"

Allá por los '80 había un programa de tele que batía todos los récords. Era en el viejo Canal 9 de Alejandro Romay. Un señor humorista, llamado Mario Sapag hacía 'Las mil y una de Sapag". Su capital más importante era la imitación. Y hacía efectivamente, las mil caras. Alfonsín, Caputo, Saadi, Herminio Iglesias, Antonio Cafiero. Ningún político de fuste se salvaba de la imitación. Hasta el Flaco Menotti o Bilardo eran motivo de sus desopilantes intervenciones.
Por Jorge Barroetaveña Sería justo preguntarnos si Sapag no habrá reencarnado en Alberto Fernández, y estamos en presencia de un imitador sin parangón. Es que el Presidente es como Sapag. Se muestra con cada interlocutor como éste quiere verlo y le dice lo que quiere escuchar. En rigor, convengamos que es la especialidad de la casa y una cualidad que todo político que se precie debe cultivar. Fernández en particular, en su rol antiguo de Jefe de Gabinete de Néstor y hasta de Cristina, siempre fue un componedor. Un ‘acercador’ de partes y para eso es necesario decirle a cada uno algo más o menos parecido a lo que quiere escuchar. Aunque estar en la cúspide del poder, implica mirar para los costados y no encontrar a nadie. Casi como la metáfora que alguna vez inventó Diego, cuando contó que le pegaron una patada en el tujes, lo mandaron para arriba y cuando movió la cabeza buscando preguntarle a alguien qué hacer, estaba solo. En este caso particular hay una pequeña diferencia: el poder es compartido, con una socia que tiene poder veto y algo más. Es que el rol del Presidente, a medida que avanza en la espesura de su mandato se vuelve cada vez más difuso. Su imagen con un megáfono en la mano pidiendo tranquilidad a los barrabravas el día del velorio de Maradona no contribuyen demasiado. El último episodio, el de la enésima modificación del índice de movilidad jubilatoria, otra vez lo deja mal parado. ¿A quién se le puede ocurrir trabajar durante meses en el tema para volver a la fórmula de ajuste que tenía Cristina? Lo hubieran hecho desde el principio y listo. Se ahorraban el franeleo público y un desgaste político inútil. En los amplios pasillos del Senado afirman que la vice vuela de calentura, entre otras cosas, desde el día que se envió el proyecto de Legalización del Aborto. Cuentan las malas lenguas que se enteró por los medios y no hay nada peor que hacerle a Cristina. Encima detrás está la mano de Vilma Ibarra, una antigua enemiga, que hasta se atrevió a escribir un libro para denostarla. Con el Presidente hoy parece que está todo mal y le va a hacer sentir ese rigor desde el Senado. El jueves, cuando el país se debatía entre la tristeza y la angustia por la muerte de Maradona, la presencia de Cristina en la Casa Rosada provocó una hecatombe. Un frío saludo fue el único intercambio con el Presidente que apenas la condujo al lugar donde estaban los familiares de Maradona. A partir de ahí, cada uno hizo la suya en ese aquelarre. La propia Cristina optó por refugiarse en el despacho de Wado de Pedro cuando la residencia del gobierno se había convertido en territorio barrabrava y nadie sabía cómo terminaría la jornada. La pelea con Rodríguez Larreta reproduce una vieja estrategia del kirchnerismo que, a juzgar por los hechos, casi nunca le dio resultado. El ejemplo más evidente es el de Mauricio Macri. ¿Qué sentido tiene subir al escenario a un potencial candidato presidencial? Darle aire, cámaras y buenos argumentos para hacerse, lo que en política siempre paga bien: la víctima. Lo único que hacen es abroquelar a la oposición detrás de Larreta y poner su figura en un lugar al que todavía no quería llegar para evitar un desgaste prematuro, que es ser candidato presidencial en el 2023. Como siempre fue Máximo el que puso blanco sobre negro y rogó que Larreta, si llega a Presidente, no sea como Macri o De la Rúa. El kirchnerismo se especializa en acorralar a sus enemigos. Y no duda en usar todos los resortes que el estado le pone a disposición. Puede gustar o no pero es su forma de proceder en política. La que optó por empezar a enviar mensajes es la justicia. Con pocas horas de diferencia los misiles aire-tierra partieron raudos y surcaron los cielos. Para Cristina fue el primero con la ratificación de las declaraciones de los arrepentidos y, por extensión, la buena salud de la causa de los cuadernos, una de las que más compromete a la Vicepresidenta. El otro envío fue un Exocet para Amado Boudou. La propia Corte ratificó su condena por la Causa Ciccone y rechazó todos los recursos de los demás reclamantes. Boudou cuenta las horas que le quedan en su casa antes de volver a prisión. Antes, se acordó muy bien del Presidente Fernández, a quién el kirchnerismo perseguido, acusa de pasividad cuanto no de complicidad, en la ‘persecuta’ judicial. Un piquín más de nafta al incendio que quema los puentes en la cúspide del poder.
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