El rostro étnico del país es plural y diverso
Los aborígenes de Argentina han sido despojados de sus tierras tradicionales y separados de su cultura de tribu. Es lógico que estas comunidades procuren mantener su identidad étnica y pidan igualdad de trato.Los pueblos originarios se ven a sí mismos como sobrevivientes de un etnocidio, que comenzó en la época colonial y se profundizó durante el período de la organización nacional.Desde el fondo de la historia, por tanto, emerge un clamor de justicia y reparación. Seguramente el país está en deuda, en muchos sentidos, con estas comunidades, más allá del reconocimiento jurídico que han obtenido en las últimas décadas.La cuestión aborigen nos coloca ante la dimensión antropológica de la Argentina. Y a poco que uno profundice se topa aquí con lo plural y lo heterogéneo.Pero en nuestro territorio conviven no sólo razas y culturas, sino varios niveles de historia. La realidad humana de los pueblos aborígenes existentes -y que conforman una población de más de un millón y medio de personas- es no obstante desfavorable respecto de otros grupos.La asimetría obedece al hecho de que Argentina -al igual que otros países latinoamericanos- emergió del difícil encuentro entre los españoles y otros colonos europeos, por un lado, y los indios conquistados y los africanos traídos como mano de obra esclava, por otro.Es probable que el biotipo blanco europeo haya querido imponer su modelo a las otras partes, sin advertir que la realidad biológica, psíquica y cultural del país era diversa.Y las épocas pretéritas nunca desaparecen completamente y todas las heridas, aun las más antiguas, manan sangre todavía. La beligerancia étnica, por tanto, está servida.En este sentido, ¿cómo hacer para que el deseo de justicia étnica no se transforme en revancha, exaltando así la unilateralidad que se critica? Una contra hegemonía amerindia, así, podría minar el ideal de la coexistencia entre grupos humanos diversos.Convertir el mapa étnico de Argentina en un campo de batalla es la peor solución imaginada. Azuzar las contradicciones raciales siempre es desanconsejable.¿Cómo zanjar esta cuestión, entonces? En principio, si hay situaciones de opresión étnica, habría que buscar removerlas, en aras de la justicia, ya que nada justifica la opresión de los seres humanos.Por otro lado, habrá que convenir que cualquier visión antropológica unilateral -que ensalce un grupo sobre otro- es algo ajeno al rostro real de Argentina.A propósito, un estudio de la UBA, en torno al mapa genético del país, determinó que de la población actual, el 44% desciende sobre todo de ancestros europeos, pero el resto -la mayoría- tiene un linaje parcial o totalmente indígena.Ningún modelo de integración social y étnica ha demostrado estar libre de fallos. Como sea, urge instaurar en el país el respeto de la diversidad cultural en una atmósfera de tolerancia mutua.La riqueza étnica de Argentina, en realidad, en lugar de ser un motivo para el repliegue y la exclusión de los grupos humanos, debiera ser una plataforma para el enriquecimiento muto.Nuestros pueblos originarios, con su cosmovisión de amor a la naturaleza, su sentido de pertenencia colectivo, de respeto por los mayores, y también de religiosidad, tienen algo para decirnos a todos, como han reconocido a este diario los miembros de la Pastoral Aborigen de la Iglesia Argentina.Los antropólogos utilizan la palabra "otredad" para explicar el descubrimiento del "otro", que es cualquier persona percibida como diferente y que nos sirve para "interdefinir" nuestra identidad.Lo otro cultural y étnicamente diferente, no debiera ser lo ajeno y externo absolutamente. Si existe y persiste, es porque es parte de uno, está adentro. La otredad, así, es constitutiva de Argentina.
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