¿El significado de esta época lo da el consumo?
Tiempo de meditación religiosa, de encuentro con uno mismo y con los otros, de intimidad y recogimiento, de balance de vida, este tramo del año suele ser sin embargo sinónimo de maratón consumista y exceso gastronómico.Se podría decir que una cosa es disfrutar de la vida y saborearla, en todas sus vertientes, y otra es hacer de la diversión sin restricciones y el gastar y comprar el leitmotiv de la existencia.Este maximalismo consumista, cebado por los estímulos y sugerencias comerciales, parece exacerbarse en esta época del año, cuyo significado corre el riesgo de quedar vaciado por los imperativos del mercado.El mundo cristiano celebra estos días, nada menos, el misterio de la Encarnación, piedra angular de su teología. El nacimiento de Cristo, en Belén de Judea, no es otra cosa que Dios entrando en la historia haciéndose hombre.Sin embargo este aniversario suele perder el sentido religioso genuino que tiene, al punto que ni se sabe siquiera qué se está celebrando. Los regalos en el arbolito, y los desbordes en el comer y el beber, la han convertido en una celebración vana y superficial.Para los no creyentes la Navidad y el Fin de año son una oportunidad para revalorizar la intimidad y para estrechar los vínculos con los demás, empezando por la familia y los amigos.Es una época además en que se impone el balance de lo hecho hasta aquí, y un momento para renovar objetivos vitales. En un sentido fuerte, es un momento en que se revindica la dimensión espiritual del hombre.Sin embargo, este tiempo está ganado en muchos aspectos por un consumismo craso e inmoderado. De esta manera, las llamadas "fiestas tradicionales" han sido vaciadas de su costado más trascendente por motivos más vulgares y pedestres."Compro, luego existo". Esa puede ser la afirmación que describe al "homo consumens", el prototipo humano de una sociedad que privilegia los ideales de consumo por encima de todo.No es casual que la publicidad comercial instale por estos días como apoteosis de este estilo de vida a personas que recorren los supermercados, llenando sus carritos al tope.Es notable la exaltación gastronómica de estas semanas. La expectativa por los manjares que se van a comer sacian todo el sentido de la celebración, a pesar de los riesgos de indigestión que sobrevienen luego.A decir verdad, el clima comercial hegemónico que se instala hace que este tiempo de alto significado espiritual y religioso, de alto contenido humano, devenga en una prolongación privilegiada del mercado.Frente a este modelo de consumo exacerbado, quizá se trate, entonces, de ir contra corriente, o de rebelarse contra esta especie de "cosificación" de la existencia, viviendo una Navidad y un Año Nuevo distintos.Se podría acaso postergar el ruido, las comilonas, el apetito material y la agitación, por un viaje a nuestro interior -ese lugar donde es posible preguntarse por el sentido de la vida y del universo-, por un encuentro con los seres queridos o con personas que quizá necesiten de nuestra atención.Se trataría, de última, de ir contra la corriente de una época donde, como dice Zygmunt Bauman, "la gente es atraída y entretenida constantemente, aunque nunca durante mucho tiempo, por las interminables atracciones. Pero no la alientan a detenerse, mirarse, conversar, pensar; ponderar y debatir algo distintos, a emplear el tiempo en actividades desprovistas de valor comercial". Las personas sentimos nostalgia de cosas esenciales. La vida es algo más que comprar. Es una realidad misteriosa y profunda, como nos lo recuerda la Navidad.
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