El síntoma más dramático del problema habitacional
El hombre aspira a tener su propia casa. Esto se ha convertido en una utopía para millones de argentinos. Los asentamientos son el efecto morboso de esta impotencia.De un tiempo a esta parte, la sociología de Gualeguaychú se ha visto impactada por un fenómeno nuevo: la ocupación irregular de predios por parte de familias carenciadas.La pobreza urbana ha existido siempre. Pero estos enclaves humanos son de otro tipo. Reproducen una anomia en la periferia desconocida entre nosotros. De ahí que el tópico se haya metido en la agenda de debate público, sobre todo en tiempo preelectoral.Desde la política se ha instalado la teoría de que esto ocurre porque el Estado dejó de aprovisionarse de tierras, y ahí esta el cuello de botella. "Salgamos a expropiar, entonces", parece ser la consigna.Pero este discurso encubre, en realidad, el problema de que en Argentina la creación de vivienda va a la zaga del crecimiento poblacional. Y esto ya es algo sistémico, imputable a la política económica.El eje de discusión, creemos, pasa por saber por qué millones de argentinos no pueden construirse su casa. Porque así como existen los asentamientos, en Gualeguaychú hay 3.000 familias anotadas en el IAPV.El llamado déficit habitacional es un indicador -como tantos otros sensibles al poder- que no está transparentado. El ingeniero Luis Clementi, vinculado a la temática, calcula que hoy faltan en el país 3.500.000 viviendas.Históricamente, el proyecto personal o familiar de llegar al "techo propio" funcionó como un estímulo para guardar algún billete todos los meses. Pero desde hace tiempo esta meta se hizo inalcanzable para el grueso de los asalariados.Dos de cada tres hogares argentinos gastan todo el sueldo en el mes, según la consultora Poliarquía. La llamada clase media, así, es incapaz de acumular excedentes, algo que era su signo distintivo.El discurso oficial suele escamotear que hay una correlación estrecha entre la mediocre capacidad adquisitiva de los hogares y el déficit habitacional.En este contexto, la clase media aparece como la más afectada. Y esto porque el Estado históricamente ha venido financiando a los más desfavorecidos, a través de las llamadas "viviendas sociales".Pero ahora son los sectores medios asalariados, empobrecidos, los que pujan por estos planes estatales. Mientras ésta es la nueva clientela del IAPV, los que están un escalón social más abajo, sin tener adónde vivir, optan por convertirse en intrusos.De más está decir que los ricos se autofinancian sus casas o son ellos los beneficiarios de los créditos hipotecarios. Con un agravante: los que tienen plata invierten en ladrillos para protegerse de la inflación.Esta "sobreinversión" en el sector -que explica el boom de la construcción- sostiene los precios, que a su vez arrastran al resto de los inmuebles. Corolario: los que están atrás se alejan cada vez más de la posibilidad de hacerse propietarios.Desde esta lógica, conviene no reducir todo a la teoría de que "el valor de la tierra es prohibitivo" porque hay especuladores, como dicen desde la política, siempre presta a disfrazar su fracaso con chivos emisarios.Si, como hemos dicho, hay una brecha insalvable entre los salarios y el precio de las propiedades, que impide acceder al techo propio, ¿no será que la clave reside en el poder adquisitivo de la población?El objetivo de toda política habitacional no es que el Estado le haga la casa a todo el mundo -está más que claro que se revela impotente- sino lograr que las personas y las familias tengan ahorro para construirse sus propias casas.Cuando uno aborda esta temática, sin demagogia ni subterfugios, ve refrendado aquel principio epistemológico según el cual "todo tiene que ver con todo".No se puede descolgar el fenómeno de los asentamientos, por tanto, del problema global que atañe a la vivienda en Argentina, del cual es su expresión más morbosa y dramática.
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