El tedio, esa afección antiquísima y universal
Sería un error minimizar el aburrimiento identificándolo con la pereza y la mente ociosa. Moralistas, filósofos e historiadores llaman la atención, en realidad, sobre una afección constitutiva del ser humano.Un artículo de Per Toohey, profesor de estudios griegos y romanos de la Universidad Calgary (EE.UU.), aparecido en el diario Clarín esta semana, asegura que es un error creer que es una enfermedad moderna.Cuenta que inscripciones de principios de la era cristiana ayudan a definir el aburrimiento como un estado anímico añejo y universal. Su ejemplo favorito es una que figura en la ciudad italiana de Benavente, y que data del siglo III de nuestra era.Dice así: "Para Tanonius Marcellinuos, un hombre muy distinguido de la jerarquía consular de Campaña y también el más digno de los mecenas, dado que por los buenos actos con los que rescató a la población de un infinito aburrimiento todos consideran que esta inscripción debe hacerse".Toohey aclara que el aburrimiento debió haber sido mucho para justificar semejante dedicatoria. Es interesante hacer notar que a Marcellinuos se lo elogia por proteger a la población de este sentimiento que tiene muchos nombres: desgano, hastío, apatía, sopor, hartura.Los romanos parecen haber tenido bastante claro que el aburrimiento era un problema de Estado. Su política de "pan y circo" de 2000 años atrás perseguía el doble propósito de mantener el estómago lleno, y a la par de tener entretenido al pueblo.Sin diversión, pensaban, se caería en el tedio. El espectáculo circense, consistente en leones comiendo cristianos y gladiadores matándose entre ellos, buscaba facilitar la vida de la multitud, dándole un pasatiempo, como antídoto frente al aburrimiento.Hay filósofos que han insistido en el carácter cósmico y radical de este sentimiento. Arthur Schopenhauer (1788-1860), catalogado el "maestro del pesimismo", ha dicho que la felicidad humana tiene dos enemigos: el dolor y el aburrimiento.A medida que conseguimos alejarnos de uno, nos acercamos al otro, y recíprocamente; de manera que nuestra vida representa, en realidad, una oscilación más o menos fuerte entre ambos, ha dicho."La necesidad y la privación engendran el dolor; en cambio, el bienestar y la abundancia hacen brotar el tedio", refiere el filósofo alemán, al cual no se le escapaba la consecuencia sociológica de su teoría.En efecto, "por eso vemos a las clases bajas del pueblo en lucha incesante contra la necesidad, y, por consiguiente, contra el dolor; y a la clase rica y elevada, empeñada en una lucha permanente y a veces desesperada contra el tedio".No sólo eso; Schopenhauer creía que la sociabilidad humana era hija de estos dos tormentos: lo que aproxima a los hombres primero es la miseria, y más tarde, superada la necesidad, los congrega el tedio.Cuando lo que se busca es la afortunada presencia de los demás, decía, se huye más bien de la monotonía de la vida. Y para evitar el vacío interior, la penosa sensación del transcurrir anodino, toda compañía es buena, hasta la mala.Aunque formulada en el siglo XIX, esta teoría interpela a las sociedades opulentas del actual capitalismo, que se vanaglorian de haber derrotado el terror inherente a las penurias materiales.Sin embargo, ¿cómo resuelve la corrosión del aburrimiento? ¿Cómo hace el hombre contemporáneo, que ha superado los dolores de la miseria material, para no ser atrapado por la enfermedad del hastío?Se diría que la felicidad, supuesto que existiese un estado así, consistiría en estar protegido del tedio. La llamada industria cultural, el sofisticado y variopinto aparato montado para el entretenimiento y diversión del público moderno, presta hoy un servicio estratégico en orden a "matar el tiempo".Nada nuevo bajo el sol. En épocas remotas se llegaron a prodigar dedicatorias a mecenas sensibles; como a aquel romano distinguido que había sabido rescatar a la población de "un infinito aburrimiento".
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