El tiempo electoral y las lecciones de Maquiavelo
La dialéctica del oficialismo y la oposición recrudece en un año en que el poder político en Argentina está en discusión. La sociedad, indefectiblemente, se ve condicionada por la puja.Cabría conjeturar que el hombre de la calle, al que lo acucian otros problemas (como el de la inflación), preferiría que los líderes políticos se pongan de acuerdo en lugar de pelearse.Pero en la superestructura política se empiezan a librar grandes batallas. Y las chicanas políticas irán in crescendo, en un contexto en donde se respira el "todo vale".Algunos piensan que en toda sociedad coexisten los grupos "politizados", aquellos implicados en el poder (porque aspiran a él o por interés cívico), y una gran masa de gente dominada por la apatía y la indiferencia política.Estos últimos, que suelen cumplir el rol de espectadores de los asuntos públicos, no podrán quedar inmunes a la campaña política ya lanzada en la cual las elites locales batallan por el control del Estado, por el poder económico y simbólico.La forma que adquiere la contienda, en la que se usan distintos métodos y mañas, algunos disimulados, despierta aprensión y hasta temor en aquellos que suelen tener una visión algo ingenua de lo que está en juego.A ellos habría que anoticiarles: "Es el poder, estúpidos". Parafraseando así aquella advertencia que acuñó durante la campaña de 1992, James Carvielle, asesor de Bill Clinton, cuando lanzó "Es la economía, estúpidos", una frase que se hizo célebre.En la academia se suele hacer la distinción entre el fin y los medios de la política. El primero tiene que ver con la dimensión arquitectónica: es la acción dirigida a procurar al bien de la colectividad.Después está la dimensión agonal, que remite a las luchas partidarias. En teoría, lo agonal son los "medios" que en teoría deberían estar ordenados a lo arquitectónico, que versa sobre fines.Llegar al poder supone ganar elecciones (medios). Para desde allí gobernar en beneficio del conjunto social (fines).Esta distinción, en realidad, remite a una concepción moral de la actividad política, cuyo "deber ser" o ideal es el bien común. De aquí viene aquel axioma ético según el cual el "fin no justifica los medios".Fines y medios no son valores independientes, que se puedan juzgar por separado. Los fines preceden a los medios. Es absolutamente imposible que un medio injusto conduzca un fin justo.Todos los políticos declaran que vienen a trabajar por la Argentina. Este es un fin excelente. Ahora bien, ¿eso justifica que roben, mientan o hagan trapisondas electorales?La doctrina moral contestaría que no: que si el fin es excelente, el medio no pude ser execrable. Por tanto: "no todo vale" con tal de llegar al poder. Sin embargo, ha sido Nicolás Maquiavelo, el autor de "El Príncipe" (siglo XVI), quien ha sentado otra tradición."El ser bueno es útil pero no hay que trepidar en ser malo cuando de esa manera se obtiene el resultado apetecido", aconsejó.Maquiavelo, para quien el hombre es un bicho irremediablemente malo, aconseja así a los políticos las inescrupulosidad ética, si eso les trae resultados.Para quienes consideran que hay un orden moral objetivo intemporal (la verdad, el bien), esto suena a un inmoralismo inaceptable. Pero no para quien el poder no persigue otro fin que él mismo, o es autosuficiente.El maquiavelismo es una ética utilitaria (o anti-ética) que libera la conducta del político de cualquier restricción que no sea el engrandecimiento de su dominio.Es el triunfo de la política por la política misma.
ESTE CONTENIDO COMPLETO ES SOLO PARA SUSCRIPTORES
ACCEDÉ A ÉSTE Y A TODOS LOS CONTENIDOS EXCLUSIVOSSuscribite y empezá a disfrutar de todos los beneficios
Este contenido no está abierto a comentarios