El turista pone a prueba a la ciudad
Todo período vacacional pone a prueba en Gualeguaychú no sólo al sector prestador de servicios, sino la cualidad anfitriona de la población residente, cuyo comportamiento hospitalario es clave.Hay razones para creer que sin el buen trato y la atención cordial hacia los visitantes de parte de la comunidad receptora es impensable consolidar una plaza turística, cuyo eje pasa justamente por ofrecerles una estadía placentera.Podría darse el caso de que la ciudad ofrezca los mejores productos para ser consumidos por el turista (eventos deslumbrantes, excelente gastronomía, bello paisaje), pero si éste no encuentra un agradable recibimiento por parte de los nativos, todo sería en vano.En principio nadie vuelve al sitio donde ha sufrido maltrato e indiferencia. Una verdad de perogrullo de notable significación para una industria como el turismo, la base de cuya supervivencia reside en que el cliente retorne otra vez.En cambio el forastero bien podría estar dispuesto a disculpar algunas deficiencias en la oferta de servicios de la ciudad, si en ella encontrase una cálida acogida por parte de sus habitantes, quienes logran así que se sienta como en casa.Por lo tanto, bien vale subrayar que la amabilidad y la hospitalidad de la población residente ante los visitantes, el comportamiento y actitud positiva hacia ellos, configuran un componente básico para que exista motivación de corrientes turísticas.Anfitrión, ésa es la palabra que se aplica a la persona que invita y recibe en su casa a otras personas. La pregunta es, ¿somos los gualeguaychuenses, individual y colectivamente, los mejores anfitriones de nuestros turistas?O en otros términos: ¿es la hospitalidad una nota distintiva entre nosotros, de suerte que quienes nos visitan están dispuestos a regresar a la ciudad, porque en ella se han encontrado a gusto, en un ambiente amistoso y acogedor?Se suele decir que hay personas que son "naturalmente" hospitalarias, dando a entender que la amabilidad y sociabilidad les salen espontáneamente, como si fuese una cualidad innata.Pero es un equívoco del lenguaje: en realidad el valor del respeto hacia los demás, el buen trato, la actitud diligente y servicial, son cosas que se aprenden.Por tanto un buen anfitrión, alguien que practica la hospitalidad, no nace sino que se hace. Valores como la cortesía, que revela delicadeza en la relación con el otro (y por lo mismo es lo contrario de la grosería), se adquieren también culturalmente.De ahí que algunas ciudades que pretenden ser turísticas, preocupadas por la actitud que desarrolla la comunidad residente hacia los visitantes, desarrollen campañas de sensibilización al respecto.Algunas se embarcan en proyectos educativos tendientes a inculcar a los niños el valor de la hospitalidad y atención cordial a los turistas.Detrás existe la intención de que la mentada "conciencia turística" no sea algo reservado para quienes están directamente conectados en el negocio turístico, sino algo operativo en la mente y el modo de ser de los ciudadanos.Para que eso se logre, para que la comunidad desarrolle conductas y actitudes positivas hacia los visitantes, es importante que ella perciba también los beneficios del turismo, entendida como una industria que reporta bienestar al conjunto.Una comunidad educada turísticamente no sólo conoce su sitio de residencia, y se muestra celosa en su cuidado (higiene y orden) sino que ofrece buenas prácticas de hospitalidad a los visitantes.
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