OPINIÓN
El último que apague la luz y pague las cuentas por favor
¿Se acuerdan del Pac Man? Era un jueguito con un muñequito que se iba comiendo a otros muñequitos, algo menos simpáticos que a su vez también se lo querían comer. Algo bastante parecido son las crisis cambiarias argentinas, el último eslabón de una cadena de desaciertos y oportunidades perdidas.
Por Jorge Barroetaveña
Evidentemente en lo profundo de nuestra historia debe haber una explicación lógica a lo que nos pasa. Es cíclico. Tropezamos una y otra vez con la misma piedra. Por estas horas, el gobierno de los Fernández atraviesa otra crisis, que no sólo pone en duda su continuidad, sino que dejará otra secuela de pobreza y desolación.
Es una película que hemos visto hasta el hartazgo. El motivo de la última corrida que arrancó con la publicación del último índice de inflación mensual por parte del INDEC se precipitó por mala praxis política. O por mala lecha. Quién lo sabe.
Hace unos meses, poco después que Massa llegara como el salvador a Economía, el Presidente ‘rescató’ a un señor llamado Antonio Aracre. Nadie lo conocía ni sabían de él. Era un CEO de una empresa privada, de antigua relación con Alberto. El Presidente lo ungió como su ‘jefe’ de asesores. Todo bien con Aracre hasta que derrapó hace unos días. El disparador fue el índice de inflación de marzo. Ese 7,7% le hizo caer en la cuenta al gobierno que así no hay chances de ganar una elección. Por más vueltas que se den. En la desesperación, Aracre le presentó una serie de medidas al Presidente. Algo parecido a un ‘plan integral’, ese que le reclaman a Massa que se la ha pasado tapando agujeros en todos estos meses. Nada raro, para un ‘jefe de asesores’ presidencial. O sí. La cosa mutó cuando ‘alguien’, Massa cree que fue el propio Presidente, filtró algunos detalles a la prensa. El ruido del serrucho es lo que debe hacer escuchado en sus oídos el tigrense. Hace rato que su mujer, Malena, viene denunciando las ‘operaciones’ que le hacen desde la Casa Rosada. Pero lo de Aracre fue la gota que desbordó el vaso.
La noticia corrió veloz y el mercado pensó seriamente que las horas del Ministro estaban contadas. A la situación de incertidumbre que se vive, se sumó otro componente, más volátil aún. Hoy, el deterioro es tal, que el Presidente se debe levantar preguntándose si será su último día. Por eso, no se entiende su actitud de sabotear a su propio ministro. Como si alguien pudiera salvarse solo del naufragio.
“El final es cuando se vaya Massa…”, reprodujo de otra cuenta de Twitter Malena Galmarini. Seguramente diciendo lo que su marido no puede decir ni insinuar. Convengamos que algo de razón tiene. Nadie imagina a Massa fuera del gobierno, ni su eventual reemplazo.
El viernes y por las redes sociales, el Presidente Fernández comunicó que no competirá en las PASO del peronismo. Era un secreto a voces desde hace días, pero él insistía en prolongar su propia agonía. Es entendible. Nunca hubo un jefe de gobierno peronista en Argentina con tan poco poder. Desde la génesis y por sus propios errores. Es cierta la deuda de Macri, la pandemia, la guerra y la sequía. Pero todo se vio agigantado por la falta de conducción y por la bolsa de gatos en que se convirtió el Frente de Todos. La Vicepresidenta, ensimismada en sus causas judiciales, sólo contribuyó a la confusión general. Una cosa frenó su ira con la inutilidad de la Casa Rosada en este tiempo: la posible renuncia de Alberto. Es el único escenario que no quiere, porque intuye un país inmanejable si fuera el caso. A la debacle económica sumarle una crisis institucional podría ser demasiado. Jamás imaginó transitar por este camino cuando su dedo lo ungió a Alberto.
Ahora, con la abdicación albertista como le reclamaba el kirchnerismo, el panorama queda algo más claro. Hay que ponerse a buscar un candidato competitivo que esté dispuesto a poner la cara. Ahí está Daniel Scioli que se ofreció. O Wado de Pedro que hace tiempo recorre el espinel político y empresarial, intentando dar el piné de candidato presidencial. Kicillof no quiere ser y Cristina no se cansa de repetir lo mismo. Casi no hay alternativas.
En el medio hay que seguir llevando el timón del barco llamado Argentina. Para la entrega del poder falta una eternidad y difícil creer que semejante tembladeral permitirá llegar a destino. El jueves a la mañana, desde el Ministerio de Economía, operadores oficiosos llamaban a los portales de noticias que actualizan la cotización del dólar. ¿Para qué? Para pedirles que la obviaran, como si con eso, pudieran evitar la corrida.
Si no fuera porque el país se asoma a otro abismo oscuro y profundo, sería un lindo gag para una comedia de enredos. Tan vacíos de ideas estamos que lo único que nos queda es tapar la realidad como si no existiera. Alguien propuso romper el termómetro para no medirnos la fiebre. Dios nos ampare.