El voto, un acto de conciencia
Hoy no es un día más, o no debería serlo. En principio porque es un logro que los ciudadanos puedan pronunciarse libremente en las urnas, como expresión democrática. Estamos frente al ejercicio de un derecho consagrado por la Carta Magna. Ahora bien, si la calidad de ciudadano confiere derechos, también impone deberes. Y en este caso se trata de cumplir con los deberes que van unidos al derecho al voto. Aquí ya no se trata de la probidad o idoneidad de los representantes que se postulan para ser electos, sino mas bien de la conciencia de quienes tenemos que elegirlos. Hay infinidad de factores que intervienen en la elaboración de nuestro voto, tales como simpatía o militancia política. Pero como una elección define la suerte de la colectividad, la cuestión se complejiza. También aquí se cuela el interés egoísta. ¿Cómo? Un criterio sería priorizar lo privado, votando aquel partido o candidato que me garantiza alguna ventaja personal. Ahora, lo que me gusta para mí, lo que coincide con mi deseo, no necesariamente es lo mejor para la colectividad. Por tanto, una de las claves que definen nuestro pensamiento en el momento de resolver a quién damos el voto es la forma en que separamos lo público de lo privado. En suma, a la hora de sufragar, ¿somos capaces de resignar algunos intereses personales en beneficio de intereses generales? ¿estamos dispuestos a hacer prevalecer, en nuestra elección, el bien del país? Ésta es sólo una de las dimensiones éticas del voto. Porque de última las elecciones no son para optar entre uno distintos candidatos sino entre distintas opciones axiológicas. Decimos todo esto pese al descreimiento reinante en torno al sistema político argentino. Muchos compatriotas creen incluso que estas elecciones son las más fraudulentas de que se tenga memoria. "Nadie saltará a la cama impaciente y feliz. Lo tenemos por un chiste malo pero acudiremos igual. Nadie en su sano juicio toma este acto electoral como cierto. Pero va lo mismo. Es un trucaje aceptado (...) Agachar la cabeza, mascullar la bronca, completar la simulación y aceptarla como genuina", dijo en estos días el escritor Esteban Peicovich, con su estilo siempre directo y mordaz. A decir verdad, que haya argentinos enojados con este proceso electoral tiene cierta lógica. Porque se ha transformado una elección nacional de renovación legislativa, en un duelo feroz por el poder en el que reinó el 'todo vale'. La clase política no se ha esforzado mucho por disimular lo que todo el mundo presiente detrás de estas elecciones: que unos quieren prevalecer a cualquier precio, mientras otros se han propuesto evitar que aquellos lo logren. Como sea, forma parte del deber cívico de un votante saber también estas cosas. Aunque en las urnas no encuentre las opciones ideales que le dicta su conciencia. Y a veces se vea forzado a optar por lo menos malo. En todo caso, después de votar en estas condiciones, ese mismo ciudadano debería preguntarse qué hace él por mejorar la vida política del país, cuál es su nivel de compromiso con la cosa pública, más allá de cumplir con los comicios. Por lo demás, aparte de pedir un voto pensado, deseamos que las elecciones de hoy se realicen en un clima de paz y de concordia. Porque desde hace un tiempo en el país prevalece un clima de crispación. Los enconos y rencores dominan el espíritu público de los argentinos. La lógica enemigo-amigo ha hecho metástasis en el cuerpo social. La bronca y el odio que se han acumulado estos años es un dato insoslayable. Ojalá que el voto colectivo suponga un bálsamo a los ánimos caldeados. Y que este domingo y los días sucesivos sirvan para pacificar al país.
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