EDITORIAL
El ying y el yang o la unidad de los contrarios
La llamada "New Age" (Nueva Era), un pensamiento que abreva en el teosofismo y las ciencias herméticas, asegura que la humanidad debe recuperar la idea de que la armonía y la concordia son producto de una reconciliación de los opuestos.
Según esta visión, la historia de la Tierra puede dividirse en períodos de tiempo o “eras” según el ingreso de nuestro sistema solar en los distintos signos del zodíaco. La humanidad está saliendo de la Era de Piscis, que coincide con el dominio del cristianismo, una etapa caracterizada por la división, el conflicto y el enfrentamiento. Pero esta etapa está próxima a concluir y está tratando de surgir la Era de Acuario, en la cual el género humano se dirige a un nivel superior de conciencia cósmica, que le traerá prosperidad, paz y abundancia. El movimiento New Age dice anunciar proféticamente este cambio al tiempo que pregona un reencuentro con la primitiva unidad del saber perdida a causa del cristianismo y del pensamiento científico. Uno de los principios nucleares de este movimiento es una reformulación del concepto de armonía, que no sería la superación de rupturas o la síntesis de lo diverso, sino la coexistencia de los opuestos. Es decir, frente al mundo moderno sometido a la división y la discordia, la filosofía New Age propone una mística de la comunión en la cual la humanidad logre superar lo que la divide. En este modelo de unidad se inscriben el Yin y el Yang, idea formulada por la tradición espiritual del taoísmo chino, y que etimológicamente remite al contraste entre la luz y la sombra. “Yin” es el elemento femenino, intuitivo, conciliador, mientras “yang” es el elemento masculino, analítico, polémico y conflictivo. El cosmos, en realidad, se regiría por el dinamismo positivo de esta dualidad. En Occidente, quien enseñó la idea de la “unidad de los contrarios” en el siglo V fue el filósofo Heráclito de Éfeso, llamado el “oscuro”, quien postuló que la realidad es una contienda entre fuerzas contrapuestas, como las que mantienen tensada la cuerda de un arco. Heráclito creyó haber encontrado en esta fórmula el dilema entre la unidad y la multiplicidad, entre el ser y el devenir. Según él, los hombres se enredan y pelean por algunos de los opuestos, sin darse cuenta que son las dos caras de una misma cosa. De esta manera, cuando decimos que algo “es”, este ser como “unidad” no excluye a lo “otro”, ni lo “otro” a lo “uno”, sino que ambos están relacionados a partir de la diferencia. Todo el cosmos está henchido de fuertes oposiciones: el día y la noche, el verano y el invierno, el calor y el frío, la guerra y la paz, la vida y la muerte, se resuelven en cambio eterno. El proceso entero del mundo es un trueque entre oposiciones que se suceden sin cesar y se pagan recíprocamente sus perjuicios. Así, la muerte de uno es siempre la vida de otro. Es un camino eterno que sube y baja. “Descansa en el cambio”, proponía Heráclito. Y añadía que “la vida y la muerte, la vigilia y el sueño, la juventud y la vejez, son, en el fondo, uno y lo mismo”. El símbolo que utilizó Heráclito para graficar su filosofía de la unidad de los contrarios fue el arco y la lira, los cuales mediante su acción tensa, recíproca y opuesta, realizan ambos su obra. El hombre es una parte del cosmos y como tal se halla sometido a esta ley de los opuestos. Según el filósofo griego, cuando la persona adquiere conciencia de que lleva en su propio espíritu esta ley cósmica, tiene entonces la capacidad de alcanzar la más alta sabiduría.
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