Estar alerta ante los síntomas de acoso escolar
El caso del chico de 12 años que se suicidó por las burlas y las ofensas de que era objeto en el colegio -que se suma a otras historias de igual final en el país- debe hacer reflexionar a los adultos, padres y autoridades escolares.La crónica periodística cuenta que Víctor Feletto no pudo tolerar más el maltrato de sus compañeros durante las clases de gimnasia que se dictaban en un colegio de Lomas de Zamora.Ya en su casa tomó la drástica decisión de quitarse la vida disparándose en la cabeza con una pistola de su abuelo (¿Qué hacía un arma allí, al alcance del chico?)La noticia reinstaló la temática del maltrato psicológico, físico o verbal dentro del colegio. El acoso escolar ('bullying' en inglés), que se presenta en el nivel primario y en los primeros años del secundario, no es un fenómeno nuevo, pero su frecuencia debiera preocupar.¿Qué cosas habrán pasado por la mente de Víctor? ¿En qué callejón sin salida se encontró que lo llevara a hacer lo que hizo? Si es cierto que no toleró la opresión escolar, se está ante un hecho más que confirma el colmo al que puede llegar la violencia entre niños y adolescentes.Paralelamente, el caso permite concluir que la escuela ha dejado de ser el sitio seguro que era, y que nuestros hijos están más indefensos y expuestos que lo que uno presume fuera de casa.Según la crónica, la madre del chico, Mabel les había pedido a las autoridades del colegio que le permitieran no asistir a Víctor a las clases de educación física, en las que su hijo sufría empujones y golpes de sus compañeros.Pero las autoridades escolares no sólo se habrían negado al pedido sino que le habrían advertido a la madre que su hijo perdería el año si no aprobaba esa materia. Ése es el relato que hace la familia, que acusa al colegio por lo que pasó."¿No hay un equipo psicológico en el colegio?", se preguntó José Feletto, abuelo del chico, al quejarse de que nadie, según él, se ocupase en la institución escolar de lo que le pasaba a su nieto.El caso de Víctor, como otros de este tipo que se vienen dando en otros lados, debiera interpelar a los adultos respecto de si están haciendo bien las cosas para cuidar la vida de niños y adolescentes.La clave pasa por estar atentos y preparados para poder detectar con anticipación estas realidades, que luego acaban en tragedias. Los especialistas señalan que el bullying se caracteriza por la clandestinidad.El niño, blanco del acoso, suele conservar en secreto lo que le pasa. Puede ocurrir que rompa el silencio y verbalice directamente su problema. Si no lo hace, expresa sin embargo síntomas que deben saber leerse a tiempo.Entre esos síntomas se enumeran: no quiere ir a la escuela sin motivo aparente; pierde el dinero dado para el almuerzo, merienda o para el colectivo; tiene frecuentes cambios de humor; se manifiesta ansioso; le cuesta conciliar al sueño; está más sensible que de costumbre (llora o se queja); aparecen dolores psicosomáticos de panza o de cabeza.Según la psicopedagoga Rosina Duarte, hay padres que subestiman algunas situaciones, porque están dominados por prejuicios del tipo: "son cosas de chicos", "qué quiere que haga, tiene alma de líder", o "los hombres se hacen a golpes".El niño que acosa a otro suele estar acompañado de una "pandilla" y usan lugares estratégicos como el recreo, la salida del colegio o los baños de los establecimientos, para quedar fuera de la mirada de los adultos.Es importante saber que para un chico de 12 años, que busca la identificación grupal, el rechazo de sus compañeros puede tener un efecto catastrófico sobre su personalidad.
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