Evitar profundizar la polarización del país
El gobierno acaba de alzarse con la mitad de los votos, colocándose en inmejorables condiciones para octubre próximo. La polarización de facto con el arco opositor, disgregado y confundido, no debiera pasar de ser electoral.Nadie debiera discutir el resonante triunfo de la fórmula Cristina Kirchner-Amado Boudou, que en buena ley se ha impuesto en las elecciones primarias de este domingo.Esa fórmula presidencial está, sin ninguna duda, interpretando cabalmente el sentir y las expectativas de millones de argentinos. Y dada la distancia que han sacado de las oponentes, se diría que tiene todas las chances de consagrarse en las elecciones del 23 de octubre próximo.Un vistazo a los guarismos arroja que el kirchnerismo, que expresa el oficialismo, cosechó la adhesión de la mitad del país, en tanto que la otra mitad reparte su simpatía entre distintas fuerzas opositoras.Este dibujo, creemos, puede dar lugar a una peligrosa lectura maniquea de la realidad, en un país que tiene una larga historia atravesada por odios recíprocos.O en otros términos, en lugar de ver en los guarismos apenas una contingencia electoral, emanada una diferencia política coyuntural, puede haber quienes crean ver la expresión de dos países antagónicos.La polarización entre oficialismo y oposición pasaría en ese caso a transformarse en una división radical de blancos y negros, buenos y malos, que le haría un daño imperdonable a la Argentina, un país necesitado de unidad.Es un llamado tanto para kirchneristas (oficialismo) como para no kirchneristas (oposición): hay que desterrar del discurso político, en lo que queda de aquí a octubre, la idea de que están confrontando dos razas distintas, que no pueden coexistir en una misma geografía y bajo un mismo cielo.El adversario político no es un enemigo a eliminar. Debe ser visto como un argentino que piensa distinto. A causa de esta enemistad que se nutre de la intolerancia, el país ha atravesado por dolorosas etapas.La drástica antinomia amigo-enemigo presidió la relación entre unitarios y federales, conservadores y radicales, peronistas y antiperonistas, montoneros y militares.Como se sabe, estas antinomias se han resuelto muchas veces de manera sangrienta. Buscar deliberadamente polarizar el país, como si fuesen dos realidades irreductibles, ni si quiera es justificable como táctica electoral (un fin bastardo que se antepone al valor de la convivencia social).Ninguna parte puede arrogarse la representatividad del todo. Porque Argentina - y de hecho así quedó expresado electoralmente, más allá del triunfo de una mayoría- es plural y diversa.Esto de autoerigirse en la quintaesencia de la argentinidad, herencia de una cultura política no democrática e intolerante, ha producido una verdadera calamidad nacional.Si yo soy la Patria, el otro es algo gravísimo: un traidor a la Patria. ¡¿Cómo no advertir que en esta disyuntiva de hierro no queda más que la refriega irreconciliable y fatal?!La democracia es un tejido de alternativas, una sucesión de debates ásperos con un fondo de acuerdo común, un marco en el cual se verifica un juego legal y legítimo entre quienes piensan distintos.Aquí ningún grupo de personas tiene el derecho a pretender imponer lo que se debe pensar o creer. Y de hecho lo que más cualifica una democracia es cuando en ella se respeta a las minorías.Alentar la polarización de Argentina, acentuar las diferencias entre los unos y los otros, sería un tremendo error, que nos haría retrotraer a los años en que los argentinos dirimían sus diferencias a través de la violencia.
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