Factores que eclipsan el turismo doméstico
Mientras el Carnaval dejó de generar la plusvalía de antes, poniendo en riesgo su propia existencia, se escuchan voces vecinales cada vez más airadas contra los desbordes del verano.La recaudación de la fiesta viene en picada desde hace tiempo, aunque ahora la cosa se ha puesto crítica, a la luz de los números de la última temporada que han trascendido: 20.000 entradas menos que en 2013 y unas 80.000 menos que en 2011.De repente el emprendimiento gerenciado por los clubes locales parece haber entrado en zona de riesgo, ante la falta de rentabilidad. Como no repunta, y cada temporada que pasa es peor, hay sensación de alarma.Las teorías sobre el declive abundan y encienden la polémica. Mientras unos ponen el acento en la falta de profesionalismo en la gestión de la fiesta, otros señalan que es el resultado de una mala política turística del municipio y de un entorno de servicios que no está a la altura del negocio.Por ahí se escuchan también teorías conspirativas, como la que sostiene que el gobierno provincial se habría dedicado a promocionar otros eventos artístico-culturales, incluyendo carnavales de otras ciudades, dejando relegado al de Gualeguaychú.También está la hipótesis de que el producto local ha dejado de tener la hegemonía de otros años, y esto le ha restado exclusividad y con ello público. Las fiestas de este tipo se multiplican en toda la geografía entrerriana (con corsódromos incluidos), y al parecer con buenos resultados.Hay además factores externos que habrían jugado en contra del espectáculo, como el clima. De todos modos, y aceptando que cada explicación pueda tener su parte de verdad, lo cierto es que hoy la ciudad se plantea cómo sigue el Carnaval.Por lo pronto, contra lo que hubieran querido los clubes -hasta acá celosos en mantener el manejo del espectáculo en sus manos- el Estado se muestra interesado en tener mayor injerencia. A cambio de inyectar recursos, este nuevo actor ha dicho que quiere participar en la toma de decisiones del negocio.Paralelamente, una movida vecinal pide rever la gestión turística de la ciudad, a raíz de los excesos y desbordes que protagonizan algunos visitantes, en su mayoría jóvenes que visualizan a Gualeguaychú como la capital de la joda o de la fiesta descontrolada.Desde hace varias temporadas se escucha la misma crítica, pero esta vez algunos vecinos han decidido ir a la acción, pidiéndole a las autoridades que haga algo al respecto."¿Es éste el turismo que quiere Gualeguaychú?", es la pregunta con la cual intentan conmover al resto de los estratos de la comunidad local. Al tiempo que se atajan diciendo que no los anima ningún "moralismo", alegan que su deseo es que la ciudad no se convierta en tierra de desenfreno (especie de meca del sexo, la droga y el alcohol).Difícil de determinar qué envergadura tiene esta movida, su nivel de aceptación social, si se trata del pensamiento de una minoría o de una mayoría de la opinión pública.Más allá de la legitimidad del planteo -y del ruido que provoca a nivel local el hecho de haya residentes que resistan el modelo turístico-, cabría preguntarse si el mismo asume algún vínculo entre los excesos que se condenan y la oferta turística en sí de la ciudad.La "joda" que se critica, ¿es independiente del carnaval y del divertimento anexo a él? ¿O es el efecto colateral no asumido socialmente de una industria que produce jugosos dividendos? Y suponiendo cierta esta última hipótesis, ¿se puede no querer lo uno mientras se acepta lo otro?
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