Fanatismo, raíz de la violencia social
La adhesión incondicional a una causa -algo que es visto como un mérito- suele ocultar la estupidez de creerse dueño de la verdad y de querer imponérsela a los otros.La violencia extremista que hoy campea en el mundo -con su secuela de guerra e intolerancia- se alimenta de la suficiencia del fanático, de aquel que está convencido de que su idea es la mejor, la única válida, y no hay más remedio que conformarse a ella.Una fenomenología del fanatismo arrojará estos rasgos salientes: tener una visión monocromática de las cosas (todo es blanco o negro), despreciar al que piensa distinto, y sobre todo desear imponer la propia idea.Con este cóctel es lógico que el fanatismo conduzca a la muerte de otras personas. La historia de la humanidad enseña que cuando se apodera del poder político, rige un sistema totalitario.La imposición del dogma oficial necesita así de una policía del pensamiento o dispositivo inquisitorial, de suerte que cualquier manifestación plural del espíritu es vista como un mal que debe ser extirpado de raíz.Como lo deseable es la unanimidad ideológica del régimen, y cuando el adoctrinamiento a través de la insistente y vasta propaganda no alcanza, se emplea entonces la eliminación física de los disidentes y opositores.Dado que el régimen es la quintaesencia de la bondad y la verdad, quien osa discutirlo se convierte en un ser despreciable, un hereje que merece la hoguera o la cárcel.En su libro "Contra el fanatismo", el intelectual israelí Amos Oz dice que estos últimos entran dentro de la categoría de traidores a la causa de alguna entidad sagrada (pueblo, patria, clase, partido, movimiento, raza o religión).La sola duda o el cambio en la perspectiva de las cosas desestabilizan o sacan de quicio al fanático, quien quisiera homogeneizar con su ideología la mente y los corazones de los demás."Traidor es quien cambia a ojos de aquellos que quieren cambiar y no pueden concebir el cambio, a pesar de que siempre quieren cambiarle a uno. En otras palabra, traidor, a ojos del fanático, es cualquiera que cambia", reflexiona Oz.Resulta paradójico que mientras no tolera el cambio de opinión (porque eso equivale a traición), el fanático busque sin embargo desesperadamente cambiar a los otros (es refractario a aquello de "vivir y dejar vivir").Al ponerse como modelo de verdad, al verse inmune a la ignorancia y al error, asentado en una actitud soberanamente arrogante, se cree con derecho de imponer sus criterios a los demás."Creo que la esencia del fanatismo reside en el deseo de obligar a los demás a cambiar", es la conclusión a la que llega Oz. Por cierto que hay que estar muy seguro de uno mismo para querer someter a otros a la propia idea."La estupidez nace de tener una respuesta para todo; la sabiduría, de tener una pregunta para todo", nos recuerda Milan Kundera. "El problema del mundo es que los estúpidos tienen una seguridad pasmosa y los inteligentes rebosan de dudas", escribió por su lado Bertrand Russell.¿Hay algún remedio contra al fanatismo? Oz propone la imaginación, la literatura y el humor como recetas para disolver falsas superioridades humanas."Jamás he visto en mi vida a un fanático con sentido del humor ni he visto que una persona con sentido del humor se convierta en fanático", declara.Y agrega: "Con frecuencia, los fanáticos son muy sarcásticos y algunos tienen un sarcasmo muy sagaz, pero nada de humor. Tener humor implica la habilidad de reírse de sí mismo".
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