Fiebre mundialista que mezcla política
Entre los deportes ninguno descuella a nivel global tanto como el fútbol. De ahí que cada cuatro años, con la celebración de un Mundial, la sociedad global caiga bajo el hechizo futbolero. Resulta una perogrullada decir que los argentinos suelen tener al fútbol como un elemento cotidiano y profundo de sus vidas. Nada define mejor la "argentinidad al palo", y no es casual que esta tierra haya dado a Diego Maradona o Lionel Messi.Por eso en estas pampas la vida entra en otra dimensión durante el período que dure la XX edición de la Copa Mundial de Fútbol, que se celebra en Brasil.De hecho la historia reciente de nuestro país ha estado vinculada estrechamente a los eventos mundiales. El 22 de junio de 1986 el seleccionado argentino venció a su par de Inglaterra 2 a 1.Los diarios internacionales dijeron que ese fue el día en que Maradona "ganó" la guerra de Malvinas, sugiriendo que ese triunfo en el Mundial de México significó una "venganza" por la derrota en el conflicto bélico, acaecida cuatro años antes.El patriotismo futbolero, efectivamente, festejó el "Gol del Siglo" y la "Mano de Dios". Y el autor de ese tanto ilegítimo confesó en su libro autobiográfico ("Yo soy el Diego") la dimensión política de ese partido."Era como ganarle más que nada a un país, no a un equipo de fútbol (...) Sabíamos que habían muerto muchos pibes argentinos allá, que los habían matado como a pajaritos... Y esto era una revancha, era... recuperar algo de las Malvinas (...) ¡Un carajo que iba a ser un partido más!", cuenta allí Maradona.Los militares también descubrieron la veta nacionalista de la pelota. Durante la última dictadura montaron el Mundial '78, que le permitió a Jorge Rafael Videla tocar con sus manos la copa, conseguida curiosamente por el seleccionado argentino.La ensayista Beatriz Sarlo recordó hace poco con vergüenza este evento, que para ella es un "tabú de la conciencia argentina", toda vez que mientras "unos festejaban con banderas" había un país subterráneo que sufría.Es el efecto narcotizante que tiene en las masas el "nacionalismo deportivo", dice la escritora, para quien los partidos y los goles taparon todo lo que el poder de turno quiso tapar."La mayor parte de los argentinos festejó el Mundial, haciendo un paréntesis en sus vidas. Se creyó que era posible separar a la dictadura de los nuevos estadios, de la llegada de la televisión color, de la noche en que la Argentina se consagró campeona, de los entusiasmados militares en las plateas", escribió Sarlo.Y añadió: "Se creyó que era posible una especie de cirugía de alta complejidad que habría garantizado que la pelota quedara limpia, los hinchas de la celeste y blanca gritaran tranquilos y felices, los dictadores sonrieran y los muertos y torturados esperaran un poco".Ernesto Priani Saiso, catedrático de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM (México), un estudioso de las relaciones de poder que se dan en la cancha, sostiene que "los medios de comunicación, los grandes inversores y el poder político aprovechan el fenómeno del fútbol y lo ocupan para favorecer sus propios intereses".Y añade: "La idea es: si yo logro convencerte a ti de que la Selección es una promesa mayor de lo que realmente es, voy a lograr que compres cosas, veas mis programas y disfrutes de la 'calma social'".Para salvar la pelota de los manipuladores sociales, cuyos fines van más allá del certamen, hay quienes proponen deslindar el deporte en sí de la industria y de los poderes que lo promueven.
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