Fray Mocho, referente de las letras argentinas
El director de la mítica revista Caras y Caretas, el escritor que se hizo famoso por sus retratos costumbristas y de época de fines del siglo XIX, y que la posteridad conoce como Fray Mocho, nació en Gualeguaychú el 26 de agosto de 1858.José Seferino Álvarez es de los nativos que lograron trascendencia nacional, situándose así entre los nombres que han dado fama a la ciudad, consolidando su prestigio como cuna de escritores.Realizó sus estudios primarios en esta localidad, asistió al Colegio de Concepción del Uruguay y luego a la Escuela Normal de Paraná. A los 21 años buscó suerte en Buenos Aires, donde desempeñó variados oficios para ganarse el sustento.Trabajó en el departamento de Pesquisa de la Policía Federal, donde según los biógrafos encontró un mundo de personajes y hechos pintorescos que luego volcó en sus cuentos, como "Memorias de un Vigilante".Más tarde el Ministerio de Marina le encargó contratar marineros entre la población de la zona costera del sur de Entre Ríos y Santa Fe. El contacto con esta realidad inspira un clásico de la obra de Álvarez, "Un viaje al país de los matreros", escrito en 1897.Dice allí: "La población más heterogénea y más curiosa de la república es la que acabo de visitar y que vive perdida entre los pajonales que festonean las costas entrerrianas y santafecinas, allá en la región donde el Paraná se expande triunfante".La producción literaria de Álvarez -que utilizó varios pseudónimos, aunque es más conocido por el de Fray Mocho- se ha catalogado dentro del "criollismo", una síntesis entre la literatura costumbrista y la narrativa rural.En la capital Argentina fue un destacado periodista. Trabajó en los diarios La Nación, La Pampa y La Patria Argentina. Pero su rol más sobresaliente lo cumplió como director de la revista Caras y Caretas, que fue durante 41 años la publicación semanal más popular de la época.Esa publicación que sobresalía por sus imágenes de gran calidad y sus textos, que combinaban el humor con el periodismo serio, reflejó la Argentina moderna, entre fines del siglo XIX y principios del XX, en los aspectos sociales, políticos y culturales.Un retrato vívido del gualeguaychuense lo ofrece Roberto J. Payró: "Tenía los ojos vivos y maliciosos iluminando su cara redonda de rasgos abultados, que las viruelas habían contribuido a hacer toscos sin vulgarizarlos por eso. La boca gruesa, esbozada sonrisa de todos matices, desde el de la burla hasta el de la bondad", dice.Y añade: "El cráneo voluminoso estaba cubierto de espeso cabello negro, siempre muy corto; ancho de espalda y cargado de hombros, con aire de soldado o marinero, andaba de una manera peculiar, medio torcido, actitud que los años acentuaron a consecuencia de su mala salud. Usaba siempre una americana oscura, gris o marrón, sombrero blanco caído sobre el ojo izquierdo y hablaba con voz mezcla de bajo y barítono, áspera, con modulaciones de cantante, que acentuaba al decir un chiste o una 'agachada' siempre fácil para su agudísimo ingenio".El 23 de agosto de 1903, tres días antes de cumplir los 45 años, el periodista y escritor falleció en Buenos Aires, una noticia que consternó al mundo literario nacional.Fue sepultado en el Cementerio de la Recoleta. Y a cincuenta años de su muerte, sus restos fueron traídos a Gualeguaychú, donde se le rindieron sentidas honras fúnebres a este hijo dilecto de la ciudad.
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