EL MODO MILEI DE GOBERNAR
Ganar o perder, pero la apuesta siempre hay que redoblarla
Más que la motosierra, la imagen más patente del gobierno mileísta podría ser el serrucho. ¿Por qué? Porque es un sube y baja constante. Corta por acá, corta por allá, a veces se para, enmienda y vuelve a cortar. A veces da señales de pragmatismo, y otras de un fundamentalismo rabioso que lo acerca a experiencias recientes no tan buenas.
La escena de los sindicalistas con Hugo Moyano en la Casa de Gobierno no es nueva. La preocupación de los popes no es la reforma laboral, o modernización como les gusta decir. Es la modificación de las condiciones de su infinito liderazgo. No saben hasta dónde está dispuesto a llegar Milei y, como hicieron con todos los gobiernos, no tienen problema en negociar. Moyano padre fue el que puso la cara. Veinticuatro horas después, Pablo, anunciaba el segundo paro general para el 9 de mayo, todo un récord desde el retorno de la democracia.
Esos vasos comunicantes, que Guillermo Francos se empecina en cultivar, dejaron la puerta abierta para futuras negociaciones. La CGT claro tiene su propia interna con los gremios kirchneristas que presionaron hasta arrancar la segunda medida de fuerza. La homologación de algunas paritarias también podría ser fundamental para destrabar el conflicto. Pero el gobierno se asoma, por necesidad o conveniencia, a la amplia avenida del toma y daca con los sindicatos.
Lo mismo con los bloques de la oposición dialoguista en el Congreso. Si hoy fuera la votación, saldría la Ley Bases y una reforma laboral propuesta por los radicales. Ninguno se banca los maltratos presidenciales pero nadie quiere lo que pasó la primera vez que quedaron expuestos ante la ira mileísta. Ninguno quiere volver a pagar ese costo.
Es cierto que el oficialismo tampoco da grandes pruebas de convivencia. A ver. Una cosa es la inexperiencia para gobernar y otra la falta de conducción política. Nadie duda a esta altura que Javier Milei es el Presidente y quien toma las decisiones. Que su hermana, Karina, es la otra pieza clave en la pirámide y quien, al menos por ahora, se está dedicando al armado político que le de sustento al proyecto libertario. Si algo deben haber aprendido en estos meses es la necesidad de contar con legisladores en el congreso y gobernadores del palo. Aunque el Presidente diga que puede gobernar igual, ni la velocidad ni la profundidad de las reformas pueden ser las mismas. Por eso, la bizarra pelea por la presidencia de la Comisión de Juicio Político o intentar sacar del aire a un periodista de Diputados TV que estaba contando lo que había pasado, no suma nada. Le resta al proyecto presidencial. Lo más grave es que muestra una dosis de autoritarismo y falta de conducción peligrosa. Todavía rigen los cuatro meses de gobierno, la inexperiencia política de muchos de los integrantes de la coalición de gobierno, y la caótica forma de ejercer el poder. La situación hasta se banca delirios como el de hablar que la educación no sea obligatoria y los padres puedan elegir entre mandar sus hijos a la escuela o mandarlos a trabajar. Menos mal que Milei tomó distancia de esa barbaridad de Benegas Lynch y se colocó en la vereda de enfrente. Contradictorio con el propio discurso presidencial que vive ensalzando a Julio Argentino Roca, artífice de la educación pública, laica y gratuita que fue la que permitió macerar la identidad nacional en miles y miles de inmigrantes que llegaron de los países más remotos tras la quimera del progreso.
El Presidente, por su propia formación, tiende a ocuparse de las cuestiones económicas. Delega en su hermana y el Jefe de Gabinete las cuestiones políticas. Francos hace lo que puede para armar el rompecabezas desde Interior y los demás suelen enterarse por los diarios de las decisiones importantes. Esta estructura de poder y de toma de decisiones no es novedosa. Todos los gobiernos tienen un liderazgo y un anillo de incondicionales que rodea el jefe. Aunque justo acá ‘el jefe’ es Karina, como dice hasta el cansancio el propio primer mandatario.
Muchas cosas de la gestión diaria entonces, quedan lejos del alcance y conocimiento del Presidente. Sino no se explican muchas designaciones y permanencias de funcionarios kirchneristas, algunos en áreas claves del gobierno. O yerros como el de los aumentos de sueldo que le costó la cabeza a un par de funcionarios.
En este revuelto político, hay algo evidente: avanzar. Redoblar la apuesta. “Si quieren pelea, la van a tener”, dijo el Presidente en el bélico discurso de apertura de sesiones en el Congreso. Los que acceden a él y cultivan cierto grado de confianza, suelen recordarle que ya no es más candidato ni panelista de televisión. Que la responsabilidad es otra y no se representa sólo a sí mismo. La respuesta a lo mejor es obvia: si llegué con este estilo, ¿por qué debería cambiar?