COLUMNA DE OPINIÓN
Gualeguaychú, pandemia y después

Héctor L. Castillo* Estamos atravesando los primeros días desde el inicio de una situación que −más allá de los imaginativos escritores de ciencia ficción−, nadie, seriamente, lo había previsto como algo que, efectivamente, podría llegar a pasar. Los escritores, más aun los que logran cierto tipo de éxito y fama, toman su material de una realidad posible. De otro modo, lo que escriben no pasaría de ser un borrador destinado al cesto de basura. Desde julio Verne a Ray Bradbury y desde Camus a Saramago, la ficción y la realidad se entremezclan y es el tiempo el que termina convirtiendo más en ciencia que en ficción sus escritos. Esto es más claro todavía cuando de describir la condición humana se trata. Pero en este momento, mi reflexión apunta no a lo literario sino a la realidad. Una realidad de aquí y ahora. De aquí y los tiempos que se avecinan. No a nivel mundial, sino aquí, en esta mi ciudad del nombre largo. Una ciudad que no es ajena a los avatares de una economía nacional y mundial sacudida brutalmente por un omnipresente neoliberalismo para el cual la palabra mercado es el dios pagano que decide, sin dudarlo, quién vive y cómo vive, quién tiene acceso al agua, al aire puro o a un plato de comida. Un dios que entre sus acólitos va reclutando, como zombis, a aquellos que en su ignorancia creen que la solución a sus males se llama xenofobia, se llama racismo, se llama clasismo. El mundo se llena cada vez más de pobres. Nuestro país se llena cada vez más de pobres. Nuestra ciudad se llena cada vez más de pobres. Pobreza que es más siniestra aún si consideramos que es la base de la desigualdad, de la imposibilidad de superar tan solo a base de esfuerzo y tenacidad esa situación estructural. Esa mácula infame que los condena para siempre a ocupar el lugar más degradado de una sociedad. Los olvidados, los descartables. Los prescindibles. A esta sociedad mundial llegó la pandemia. Este virus llegó a nuestro país y llegó a nuestra ciudad. Tímida, solapadamente, por ahora. Cómo evolucionará es algo, hoy, impredecible. No es lo importante en este momento hacer futurología sino revisar cómo estamos y qué puede cambiar. O ya está cambiando. Gualeguaychú desde hace varios años viene luchando denodadamente por posicionarse como una ciudad turística que, como sucede en todo el mundo, es una fuente directa e indirecta de recursos indiscutible. Hoteles y parahoteles, comedores, bares, tiendas de comercios varios, fueron cambiando para eso, se generaron fiestas multitudinarias como el maravilloso carnaval o la reciente fiesta del pescado y el vino, las ferias gastronómicas y otros tantos eventos que buscaban ser atractivos para multitudes que, además, tienen la opción de disfrutar de nuestra naturaleza pródiga, ríos, arroyos, verdes, aves, cielos límpidos. Hoy, la Organización Mundial de Turismo reconoce que habrá un antes y un después en esta industria sin chimeneas debido a la pandemia. Nada, en este aspecto, volverá a ser como antes. Los aviones no volverán a ser pensados como el transporte más seguro (hoy vistos como incubadoras de potenciales infectados), los trenes, los ómnibus, ya dejarán de ser vistos del mismo modo. Los grandes recitales de música se cancelan con fecha indefinida. Los boliches bailables hoy son un signo de interrogación. Se silenciaron los bulliciosos shoppings y los hipermercados se ven casi vacíos, las tiendas cerradas, los obreros en sus casas, los peluqueros, electricistas, plomeros, carpinteros y demás cuentapropistas ven caer sus ahorros día a día soñando con volver a sus oficios. Esto no es potencial, esto es real. Esto está pasando y nada indica que todo vaya a volver a la “normalidad” una vez pasada la pandemia. La “normalidad” será otra. Muchos pequeños y medianos empresarios y comerciantes deberán bajar sus persianas dejando familias en la calle. Hoteles vacíos, restaurantes cerrados, desempleados golpeando puertas cerradas o haciendo largas colas (respetando el distanciamiento social) en búsqueda de un trabajo digno. La solución existe. Evitar o minimizar el impacto de esta crisis global es posible. Se trata de pensar con nuevas lógicas y ser proactivos, es decir, comenzar ya a pensar alternativas viables, factibles y sustentables sobre la base de nuestras potencialidades. Gualeguaychú tiene un enorme potencial humano, recursos naturales y, lo más importante, una sociedad civil que en numerosas oportunidades ha demostrado que ante situaciones que parecían imposibles, con esfuerzo, tenacidad e imaginación hicieron de esta ciudad una verdadera “madre de sus propias obras”. Hoy, la sociedad civil organizada en entidades intermedias tiene, junto a los representantes políticos, la oportunidad, la necesidad y la obligación de comenzar a pensar esos nuevos necesarios y obrar en consecuencia. Algunas acciones ya se están llevando adelante, otras, deberán comenzar a ser evaluadas y llevadas a la práctica a la brevedad. Hace poco tiempo un artículo escrito en nuestra ciudad refería: “(…) si algo nos enseña todo esto que estamos viviendo es que el nuevo mundo que está naciendo va a requerir de líderes que sean capaces de transmitir seguridad, confianza, velocidad y capacidad de adaptación”[i]. Hoy, como en otras tantas ocasiones, las opciones son dos: sentarnos a esperar a ver qué pasa en el futuro o trabajar para que el futuro sea lo que nosotros deseamos. Ese es nuestro desafío. *Concejal Gualeguaychú Entre Todos [i] J. P, Castillo, La inteligencia emocional salvará al mundo (7/4/2020)
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