Gualeguaychú, ¿sigue siendo emprendedora?
Gualeguaychú se ha distinguido por el inconformismo y la creatividad de su población, condiciones sociológicas que hicieron posible la realización de importantes proyectos colectivos.La expresión "madre de sus propias obras", con la que se ha caracterizado a la comunidad nativa, sugiere justamente la existencia de un espíritu inquieto y emprendedor, que se lanza a crear cosas por sí solo.Pocas ciudades entrerrianas cuentan con tamaña diversificación económica. Pero esto no ha sido producto del azar sino del empuje de una sociedad que no ha esperado que le ocurran las cosas.La construcción del frigorífico Gualeguaychú, a principios del siglo XX, es un ícono de ese empuje. El emprendimiento surgió de la rebeldía de los ganaderos de la zona.Los vecinos, por otro lado, debieron movilizarse para romper el aislamiento geográfico. En los '60 empezaron a moverse, insistiendo aquí y allá, para que un complejo de puentes (Zárate-Brazo Largo) conectara a la ciudad con el entorno.Luego vino la movida para desarrollar una etapa de consolidación de la industria con la instalación de un parque modelo. Y más acá en el tiempo Gualeguaychú lideró en la provincia el sector industrial.Ya entonces se veía que esta ciudad ambicionaba más. Por eso no sorprendió que en los '80, con una resolución sorprendente, hiciera punta en la provincia abrazando la actividad turística, cuyo emblema ha sido el Carnaval.Se diría que en el siglo XX la ciudad fundada por Tomás de Rocamora acometió con éxito el ensanchamiento de su base material. De suerte que hoy exhibe tres motores del desarrollo: su tradicional sector agropecuario, la industria concentrada en el Parque, y el turismo.Sin embargo, en las últimas décadas es factible rastrear una suerte de retracción del espíritu emprendedor, sobre todo de su sociedad civil, la más innovadora hasta el presente.¿Acaso esta ciudad se ha conformado con lo que tiene, dedicándose a administrar el capital acumulado por las generaciones anteriores, como quien vive de una rica herencia? O más grave aún, ¿Gualeguaychú vegeta, es decir vive maquinalmente con vida meramente orgánica, comparable a las de las plantas?Algunos creen que la sociedad nativa dejó de tener ese capital social que la distinguió siempre, ese grupo humano emprendedor que se lanzaba a crear de la nada, regalando en muchos casos tiempo y capital propio.Las nuevas generaciones, más apáticas de la cosa pública y replegadas en sí mismas, no contarían así con ese fervor cívico necesario para acometer proyectos colectivos de envergadura.Otros barajan la hipótesis de que a la ciudad se le nubló el horizonte, y se muestra incapaz de trazarse un plan de desarrollo futuro que entusiasme a sus habitantes, un defecto que sería sobre todo achacable a su elite política y empresarial.Los más optimistas creen que acá están dadas todas las condiciones idiosincráticas para volver a relanzar a Gualeguaychú en el camino del desarrollo propio y autosuficiente, innovando en el plano social y económico.Quienes así piensan creen que estaría faltando un sistema de incentivos y de acompañamiento, un ecosistema que apuntale a los inquietos y que haga posible que emprender en la ciudad sea más fácil y ventajoso.Algo así como un plan de trabajo articulado con actores locales de los sectores público y privado: incubadoras, emprendedores, gobiernos, universidades, empresas, agencias de desarrollo, entre otros.
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