LOS DÍAS DE MASSA
Hastío y resignación, una mezcla riesgosa que favorece los escraches

A las chapas va Massa. Se reúne frenéticamente con todos y les dice lo que quieren escuchar. Desde el Embajador de Estados Unidos, los empresarios o los integrantes de la Mesa de Enlace que ya batieron todos los récords de charlas en los últimos años con un gobierno peronista. ¿Resultados? Bueno, de eso se trata y el tiempo se agota. Pero el mientras tanto, no se detiene.
Por Jorge Barroetaveña
El jueves, a la salida de una de las tantas charlas, los dirigentes del campo cometieron quizás una seria infidencia. Parece, porque en política todo es relativo, que el propio Massa les habría dicho que él no será candidato a presidente el año que viene. Si uno tira del hilo de esa supuesta reflexión, es probable que hable de la desconfianza que inspira el flamante hombre poderoso del gobierno con su zaga interminable de promesas desde que asumió. Porque la carrera de Massa no sólo es contra su propio gobierno sino contra sí mismo. Es con esa necesidad que busca recuperar credibilidad y hacerle entender a cada interlocutor que él hará, y lo van a dejar, todo lo que Guzmán también quiso hacer pero no pudo y tampoco lo dejaron.
Para cumplir con esos dos objetivos hay un par de condiciones: por ahora el silencio de Cristina, que con eso alcanza, y la condena a los oropeles del Presidente Alberto Fernández. Massa tiene así las manos libres para hacer y deshacer de acuerdo a su leal saber y entender. Claro que esos límites aún son difusos. Todavía y pese a los amagues no ha podido nombrar a su viceministro de Economía, que iba a ser Rubinstein, un crítico feroz de Cristina y las políticas del kirchnerismo. Sí pudo hacer pie y meter mano en el área energética y avanzar en lo que, a gritos, no le dejaron hacer a Guzmán, que es el tarifazo, disfrazado de ‘readecuación de subsidios’. Pese a los esfuerzos declaratorios nadie sabe precisar las dimensiones que tendrá el impacto de los aumentos. Será una larga vigilia hasta septiembre cuando empiecen a verificarse.
La llegada rimbombante de Massa al gobierno todavía provoca reacomodamientos en la oposición. Es que los dardos venenosos de ‘Lilita’ Carrió sólo descubrieron más motivos de la interna opositora. El ‘Caso Massa’ viene de arrastre, lejos, bien lejos, desde el gobierno de Cambiemos en el 2019. Los vasos comunicantes del tigrense con sectores de la oposición nunca desaparecieron. Su convivencia con Vidal y Ritondo en Provincia de Buenos Aires fue evidente. Es cierto que contribuyó a darle poder y equilibrio al oficialismo de entonces, que le faltaba, pero las relaciones quedaron y Massa no es inocente. Los sectores de Cambiemos que siempre propugnaron alianzas con el peronismo siguen tan activos como siempre. En la volteada de Carrió cayeron Frigerio, Monzó, Bullrich y Vidal, casi sin distinción. Es que, como tantas veces, Carrió puso el dedo en la llaga. Fiel a su estilo, con sus cantos de sirena, Massa avisó que no tendría problemas en juntarse con la oposición. Si hasta el Embajador norteamericano le hizo un guiño invitando a hacer una alianza ahora, lejos aún de las elecciones del año que viene.
Es primigenio, es precoz, pero los actos del nuevo jefe incomodan a propios y extraños. A los extraños porque sus anuncios tienen puntos de contacto con los que harían si estuvieran en el poder. A los propios por lo contrario. En el kirchnerismo no comparten la receta, pero la necesidad tiene cara de hereje. Es la receta o el gobierno y no hay demasiadas opciones en eso.
Claro que la paciencia de Cristina no se estira por toda la eternidad. Tiene un límite. Para los que conocen a la Vicepresidenta, Massa tiene el boleto picado, le vaya bien o mal. Si fuera la última opción, se cae todo y no hay posibilidades de debate. Si le fuera bien, será cuestión de saber cómo rodearlo si es que da rienda suelta a su eterna ambición de ser Presidente. Al cabo ya lo hizo con Scioli, y con Alberto y Massa podría ser el tercero.
Pero falta mucho para saber si tendrá éxito el último experimento peronista. La situación es tan compleja que ni un horóscopo podría ayudarnos. El deterioro social que provocan los altos niveles de inflación es imposible mensurar. Ni siquiera cómo se canalizará semejante malestar social. Ojo que en el revoleo no se salva nadie. No hay encuesta que deje a salvo el honor de los políticos que hacen política. Sería un error creer que los reproches sólo alcanzan al oficialismo. Amplios sectores de la sociedad también le reprochan a la oposición su actuación en tiempos de crisis y la debilidad de su mensaje. Hay una sensación mezcla de hastío y resignación, peligrosa para el futuro de cualquier sociedad. El fenómeno de los escraches no encontraría tanto plafón si no existiera este clima previo. Los escraches no son buenos, nunca lo fueron. Son una muestra de intolerancia y salvajismo, lejana a la democracia. Pero revelan un estado de cosas. Un vacío peligroso que nadie llena.