Hay democracia si hay ciudadanos
La legitimidad del sistema político reside en el hecho de que la soberanía descansa en la voluntad ciudadana, que es en teoría la titular del poder. La democracia, efectivamente, supone en esencia el mando del "demos" (pueblo), quien ejercita su poder eligiendo a quien ha de gobernarlo, a través de elecciones libres.Se diría por tanto que la calidad de los gobiernos -y sus políticas- se corresponde estrechamente con el discernimiento de los votantes, su cultura y nivel de información sobre los problemas públicos.Quienes inventaron el sistema, inspirado en la tradición griega, postulaban que todo progreso de la democracia -de auténtico poder del demos- dependía de una ciudadanía participativa e informada sobre política.Según el politólogo Giovanni Sartori es en la calidad ciudadana donde radica el dilema de la democracia representativa (el pueblo no gobierna sino a través de sus representantes).La objeción es el alto grado de desinterés y de ignorancia del ciudadano medio. Para muchos críticos de época, vivimos un tiempo en el que el consumidor se ha deglutido al ciudadano.Esto es: la ciudadanía ha quedado reducida al acto de comprar y vender productos del mercado (entre los que se incluyen los propios candidatos electorales).El diagnóstico es que habría una especie de discapacidad cívica donde la ciudadanía queda reducida a clientes electorales o a consumidores, sometidos a la manipulación de la persuasión de grandes aparatos ideológicos.El peligro, en este sentido, es que la democracia se convierte, en palabras de Sartori, "en un sistema de gobierno en el que son los más incompetentes los que deciden. Es decir, un sistema de gobierno suicida".En el pasado los teóricos del sistema, ante las objeciones de que la mayoría no sabía votar, alegaban que el problema se combatía con el fin de dos males: la pobreza y el analfabetismo.La democracia, como utopía política, se sostenía en la erradicación de la miseria y la ignorancia. Un crecimiento general del nivel de instrucción, así, daría los elementos para la formación de un ciudadano crítico, empoderado, con las competencias suficientes para ejercer su poder al elegir.La democracia, por tanto, requiere por definición un demos potenciado, es decir dotado de competencia cognoscitiva. De hecho el sistema educativo, como una de sus justificaciones, asume el compromiso de "formar ciudadanos".Un demos debilitado, incapaz de actuar más y mejor por falta de entendimiento, ignorante de la cosa pública, susceptible de ser "dirigido" por la propaganda, o directamente "comprado" por algún otro poder, conspira contra la esencia de la democracia.Según Sartori, el riesgo es que el "homo sapiens", cuya cualidad es el razonamiento, sea desplazado por el "homo insipiens" (necio y, simétricamente, ignorante).El desinterés por la cosa pública empalma con la "democracia delegativa". Así llamaba Guillermo O'Donnell al sistema político que rige en la Argentina, según el cual la gente reduce la democracia al acto de votar cada dos años. El politólogo José Nun, en tanto, asegura que en estas pampas rige la "oligocracia", un sistema en donde "los menos gobiernan a los más, y las elecciones son simplemente actos de autorización: te autorizo a que me mandes".En este modo de entender la política, sostiene Nun, la gente queda relegada a la "posición del coro". Pero la democracia, por su definición, necesita de ciudadanos protagonistas.
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