OPINIÓN
Inteligencia artificial, ignorancia natural

Y así fue como un día nos despertamos con la feliz noticia de que ya no hacía falta aprender ni razonar, la inteligencia artificial podía hacerlo por nosotros.
Por Luis Castillo*
La tecnología, como ya se escribió varias veces en esta columna, es la aplicación del conocimiento a la mejora de nuestra calidad de vida. O al menos ese es el objetivo. Nadie duda que, desde el tenedor al microchip y desde el colchón a la nanotecnología, se hayan producido cambios notorios y trascendentales en nuestra forma de vivir. O al menos en la de una gran mayoría de las personas ya que, sabemos también que, si bien la lluvia es para todos, los paraguas no lo son.
Ahora bien, con cada irrupción de una herramienta tecnológica es inevitable que surjan también expectativas que no siempre terminan siendo fieles a las pretensiones de sus creadores, valga sino la energía nuclear como ejemplo, entre las aplicaciones contra el cáncer y las bombas atómicas hay solo una toma de decisiones de distancia. La tecnología es la misma, la utilización no.
En este paradojal mundo en el que vivimos en dudosa armonía desde hace algunos miles de años, jamás la equidad fue la regla. Es más, se incrementa permanentemente la desigualdad entre los escasos sectores más favorecidos desde todo punto de vista y el resto del mundo; una heterogénea mayoría en donde hallamos a miles de personas que tienen vedado el acceso a algo tan imprescindible como el agua o el alimento. Sucede, naturalmente, algo similar con el conocimiento, o mejor dicho, con el acceso a él. A la pobreza material se suma inevitablemente (¿?) la pobreza intelectual.
Afortunadamente, en nuestro país (salvo vergonzantes excepciones) pese al incremento de la pobreza, no debemos lamentar la desnutrición, que es casi excepcional merced a los diferentes dispositivos de contención social que logran evitar que esto suceda; pero no ocurre lo mismo con la cuestión intelectual. Nos encontramos acá con miles de personas escolarizadas que no saben leer. Están alfabetizados o en proceso de alfabetización pero no saben leer. No tienen comprensión lectora. Leen pero no entienden el significado de lo que leen. Jóvenes (y no tanto) incapaces de interpretar críticamente un texto. Hemos retrocedido al mundo de los símbolos básicos (emoticones o emojis) ya que la pereza intelectual lleva a evitar hasta la escritura.
No es casual, entonces, que cuando se intenta reemplazar esos símbolos con textos, estos muchas veces hagan caso omiso (por desconocimiento, no por pereza) a las reglas ortográficas y gramaticales que son parte fundamental del proceso comunicacional. Y como no sabemos leer ni escribir no podemos redactar y ese modo de comunicación se deteriora o se pierde llevándonos a un aislamiento abismal dentro de un mundo hiperconectado.
Entonces aparece la inteligencia artificial. Ya no es necesario leer, analizar ni escribir un texto, un programa o una aplicación lo hará por nosotros. Solo basta con darle el tema, motivo o intención y la aplicación se encargará de redactarlo y presentarlo ante nuestros ojos para que le demos el visto bueno con un click. No vamos a evaluar si está bien o mal, ¿cómo podríamos hacer eso si no tenemos capacidad para tamaño análisis?
Esto que describo no es un futuro potencial y apocalíptico, no. Esto está sucediendo ahora mismo en escuelas, colegios y universidades de todo el mundo, es decir, en mayor o menor escala, el crecimiento de la ignorancia es global.
Hay quienes ingenua o torpemente, se sienten felices de que una máquina (un programa, un software, una aplicación o como quiera llamarlo) lea por ellos, escriba por ellos, interprete por ellos sin darse cuenta que, poco a poco e irreversiblemente, también va decidiendo por ellos.
*Escritor, médico y concejal por “Gualeguaychú Entre Todos”