
Mate en mano, recordó los tiempos de arrendatario y colono
El ex productor vivió en esa zona rural 34 de sus 76 años. Su historia de vida refleja la de tantos que trabajaron en el campo después de la expropiación de grandes extensiones, que fueron transformados en colonias.Fabián MiróHijo de Manuel (inmigrante italiano) y de Gina Papa (también italiana), Julio nació y se crió en Colonia Las Blancas en medio de la nada. "No teníamos un solo almacén cerca y para aprovisionarnos viajábamos una vez al mes o cada 60 días a Gualeguaychú. En los comercios de la ciudad, teníamos crédito todo el año que pagábamos a cosecha, es decir a fin de año", recordó y dijo: "el dinero, casi no se manejaba en el campo"."Eran tiempos en los que se trabajaba por el sistema de arrendamiento. La Estancia El Potrero (propietaria de los campos) nos vendía la carne. Mataban en el propio establecimiento y cada familia tenía que enviar a alguien de la misma a retirar la carne todos los días a excepción del domingo. La carne la guardábamos en lo que se conocía como 'fiambrera' que consistía en una alambrilla que colgábamos de un paraíso", acotó.Junto a su familia, Julio vivió en un potrero conocido como "Las Blancas" desde el '41 al '46. "Éramos arrendatarios. Se sembraba y pagaba el 25% de la cosecha que se obtenía. No había retenciones pero "teníamos ciertas normas como por ejemplo no tener más de cuatro vacas y cuando se aumentaba un poco el rodeo, había que vender y el comprador era de la misma estancia que nos arrendaba", contó.Agregó que sembraban lino y trigo, algo de maíz para las gallinas y algunos chanchos. Y explicó que con antelación a la trilla se tenía que dar aviso a la estancia. "Venía el recibidor de la misma y controlaba. Se pesaba todo al pie de la máquina que era estática. Teníamos la cortadora, segadora, se emparvaba y trillaba", remarcó.En cuanto a las malezas, precisó que las combatían con la azada (formada por una lámina con el borde frontal cortante relativamente afilado por un lado y un mango para sujetarla) que era el herbicida de aquella época. "Trabajamos una superficie de 200 hectáreas y cada colono tenía que levantar su propia vivienda con las herramientas que tenía a mano. Construcción que luego se levantaba, debido a que cada siete años nos cambiaban de lote. Para levantar la casa estaba todo organizado. Eran de madera y chapa. El interior de barro, pero como teníamos que trasladarnos se marcaban las chapas, maderas y tirantes. Demás está decir que el piso era de tierra compactada, cocina a leña y el baño un excusado afuera".Destacó además que "cada unose las arreglaba para bañarse. Casi siempre en un rincón del galpón que se encontraba pegado a la vivienda. Lo hacíamos con una regadera o en un fuentón de chapa. Higienizarse no era demasiado problema en verano, pero en invierno se hacía difícil, pero era lo que había y nos conformábamos".Hasta andar de novio era complicado en los 40 y 50, según el relato de Verdinelli. "Cada quince días visitaba a quien hoy es mi esposa (Teresita Lizzi), siempre con una hermana al lado", comentó entre risas.Un día en el campoPor otra parte, recordó que la jornada laboral en el campo comenzaba muy temprano. "A las cuatro de la mañana se levantaba toda la familia a ordeñar, tarea que hacíamos a mano, y que demandaba una dosis importante de sacrificio. Después el tradicional café con leche, las obligaciones de todo colono. Atar el arado, y comenzar a abrir la tierra", expresó."En mi caso tenía una sola yunta da caballos (seis para un arado doble) luego de un primer turno de trabajo, desataba los pingos y tomaba unos mates amargo, mientras los caballos pastaban en un potrero y a las dos de la tarde otra vez el arado hasta las cinco. Trabajábamos todos los días. En el tambo había que ordeñar todos los días y a las aves de corral darles de comer, juntar los huevos", contó.La colonizaciónVerdinelli manifestó que no olvidará nunca lo que significó para la familia obtener la propiedad de la tierra. "Para nosotros fue una liberación porque dejábamos de tener que avisarle a la estancia un mes antes que venía un pariente de Buenos Aires a visitarnos y esperar el permiso para que ingrese, o una semana antes si se trataba de un familiar, o amigo de la zona a ser dueño de una porción de tierra fue algo grandioso y que nunca olvidaré", afirmó.Recordó que a la casa paterna "vino el primer Ingeniero del Banco Nación, cuya tarea fue la de hacer un censo de las familias en la colonia, la composición de las mismas y de esa manera ir adjudicando los lotes".Julio tuvo como vecinos a un señor de apellido Wilhem (herrero), Jiménez, Aranguren, Spomer, Caballier, Preisz, Pralong, Herner, Kroh, Ross, Vitasse, Asario, Pivas, Díaz y Sánchez, entre otros. Posteriormente, en la etapa de colonización, llegaron otros como Don Justo Barbará, que a criterio de Verdinelli fue "un hombre que vino con lo puesto e hizo mucho en base a trabajo y esfuerzo".Y agregó que resultó notorio ver "cómo se ayudaban los colonos uno al otro" cuando llegaron a El Potrero. Dijo que les costó en un principio trabajar en 80 hectáreas cuando antes lo hacían en 200· El primer tractor que tuvo fue un Agricole a nafta, muy precario con un motor de pocos caballos que tiraba solo dos rejas."El primer año que se sembró con la colonia ya conformada, teníamos un vecino, que junto a un tío y mi padre decidieron trillar juntos. En aquel 1949 resultó todo un acontecimiento ver pasar a una cosechadora por los campos. Había que arrimar el cereal a la máquina con un trineo y terminábamos fundido", puntualizó.Una gran familiaVerdinelli definió a la Colonia El Potrero como una gran familia: "Hermoso de ver en un día de trabajo el campo y si uno se ubicaba a la entrada de Gualeguaychú, apreciar la entrada da los carros a la ciudad, además de sulki, chatas, carros rusos, con la producción generada en el campo".Con la creación de la Cooperativa, aparecieron en el campo "lavarropas con un motorcito villa, heladeras a kerosen y algún que otro generador" en lo que constituyera una serie de adelantos impensados.El Potrero en la actualidadMucha agua ha corrido desde los tiempos de la colonización a los que nos toca vivir. En los cincuenta años de la colonización que se celebraron en el Centro Cívico de El Potrero, ya quedaban pocas chacras en poder de las familias originarias. Corría el año 1998 y de ahí hasta nuestros días el éxodo se profundizó.Consultado Verdinelli por este fenómeno opinó que "muchos propietarios se enamoraron de los pesos que podían sacar por la venta de sus campos. Lamentablemente la ley que impedía vender los campos por 30 años se hubiera extendido en el tiempo, no se habría producido lo que hoy vemos, tantas taperas y campos vacíos. También si los distintos gobiernos hubieran ayudado un poco"."En mi caso abandoné el campo a los 34 años con mucho dolor. Tenía tres hijas que debían continuar sus estudios en el pueblo. No me quedó otra que dejar lo que tanto amaba, con el pensamiento de que mi viejo iba a seguir, pero no fue así", dijo.En sus recuerdos del trabajo en el campo, trajo a memoria las tareas que realizaba en el tambo familiar. "Trabajaba con una máquina Alfa Laval y sacaba 200 litros al día en dos ordeñes con 15 vacas, y ese rinde hoy no alcanza para nada. Un tambo de pequeña escala llega a los 1500 litros", indicó.Y se mostró triste al momento de recordar lo que fue la colonia. "Mi sueño fue el de sacarme un Prode y recuperar nuestro campo, pero nunca llegué a los trece aciertos y me resigné a mirarlo desde la calle", resumió con nostalgia.Víctor SartoriCon sus joviales 84 años, Don Víctor recuerda un encuentro que tuvo con Esteban Piacenza, presidente de la Federación Agraria desde 1915 hasta 1945."Lo conocí en Parera en el 33. Lo escuche, pese a que era pequeño y me quedó grabada su imagen. Pocos años después vino a Gualeguaychú y estuvo en Del Valle y Rocamora, donde estaba ubicada la filial federada. Tuve el honor de estrechar su pesada mano y recuerdo como si fuera hoy sus palabras: 'tienes que estudiar y superarte'"Los cien años que cumplió la entidad, tienen mucha importancia para Sartori "Significa todo para mi. En mi casa era sagrado hablar de Piacenza y de Netri"Sartori trabajó duro junto a sus mayores cortando la alfalfa con la guadaña y a los 11 años cocinaba y echaba los caballos, mientras que sus hermanos araban con 8 caballos."Teníamos arados de dos y tres rejas. Primero trabajamos en Pehuajó Sur (allí nació Victor), luego en Rincón del Gato en los campos de Badano y en la Estancia Santa Catalina. Hacíamos lino para renovar la tierra, luego avena para darle paso a la invernada y engordar los novillos", detalló.