Juventud y bebida: la cosa es más seria
La intoxicación alcohólica de una chica de 11 años ha conmocionado a la opinión pública local. Es un episodio, a decir verdad, que tiene muchas aristas.Por lo pronto, se ha instalado una polémica en torno a la responsabilidad de los actores. El Consejo Provincial del Menor, por caso, presentó una denuncia contra un local bailable de la ciudad.Otros cargan contra la falta de control del Estado, en lo atinente a la venta de bebidas alcohólicas a menores. Este tipo de razonamientos son importantes, pero se nos ocurre que apenas rozan el problema.Porque la borrachera de esta chica -que le pudo haber costado la vida- en realidad revela un malestar existencial de la juventud, que va más allá de la superchería de pedirle cuentas al Estado.El Estado, como organización administrativa, no puede consigo mismo -apenas logra cumplir con sus objetivos burocráticos-. Por tanto, menos podría erigirse como solución al problema.Los argentinos tenemos la manía de esperar del Estado más de lo que éste puede dar. El caso de esta chica -cuyos pormenores se discuten- debiera servirnos para ahondar en el contexto ético-cultural en que se enmarca.Esto involucra, ya, a la familia y a la comunidad en términos genéricos. Podríamos preguntarnos, así: ¿por qué muchos de nuestros adolescentes se emborrachan?¿No hay nada más que hacer que beber hasta perder la conciencia? Esta escalada al alcohol, ¿no parece una huida a lo irreal? ¿A qué le escapan estos chicos?.Algunos de ellos, quizá, puedan decir: "Sobrio veo las cosas tal y como son: una vez alcoholizado, las veo como quisiera que fuesen". Es la tentación de toda droga: entregarse a paraísos artificiales, porque la realidad resulta intolerable.Muchos jóvenes confiesan que están aburridos. ¿Es que no tienen nada para hacer? Curiosidad de nuestra época: nunca como ahora hay tantas posibilidades, y nunca tanta abulia e indiferencia.Acaso demasiado bienestar, demasiadas facilidades, demasiado tiempo libre, ha hecho que nuestros adolescentes y jóvenes pierdan la sal de la vida, no estén dispuestos a acometer ninguna empresa que valga la pena, y que les exija todo de sí.Los ratos de diversión, por tanto, son espacios de alienación. Un último refugio contra tanto aburrimiento. Alguien ha escrito por ahí que la peor miseria del hombre no es la de no tener nada, sino la de no querer nada.Muchos pensadores han llamado la atención sobre esta des-potenciación juvenil -algunos le llaman "anonadamiento"- y la vinculan a una generación que tiene que lidiar con el "vacío existencial".La falta de sentido de la vida, de razones para vivir, quizá esté detrás de estas manifestaciones de excitaciones artificiales ligadas a la ingesta de sustancias tóxicas.El alcohol es un aliado para algunas existencias insípidas, envilecidas por el aburrimiento. Si no hay nada por hacer, si no hay ninguna empresa que acometer, a veces no se sabe qué hacer con la libertad.Quizá los padres y maestros tienen aquí un gran desafío: educar en la libertad. Que no consiste en satisfacer el mayor número posible de placeres, como manda la cultura hedonista de nuestros días.La clave, se nos ocurre, es darle contenido a esa libertad. Hay una gran frase de Nietzsche: "No te pregunto de qué eres libres, te pregunto para qué eres libre". Es decir: la libertad: ¿para hacer qué?.Quizá aquí esté la clave de las adicciones y de las evasiones juveniles hacia el alcohol. En este sentido, independientemente de los casos individuales, los excesos juveniles se inscriben dentro de una dinámica ético-cultural más profunda.
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