Kirchner no entiende otro idioma que no sea el del látigo
Seis meses después del chirlo electoral la política argentina dio alguna señal de racionalidad. Un conglomerado opositor, le puso límites al kirchnerismo y anticipó lo que vendrá. Al cabo, es lo que la sociedad reclamó y por eso votó como votó. Pero el kirchnerismo no está derrotado y piensa seguir dando batalla. Y el peor error, sería subestimarlo.
Por Jorge Barroetaveña
De la redacción de El Día de GualeguayCon el paso de los meses, el mensaje de las urnas de mitad de año fue quedando en claro. Dos de cada tres argentinos votaron en contra del gobierno, pero no eligieron a ningún candidato opositor para darle todo el mandato. Como un experto prestidigitador el argentino enojado optó por distribuir el poder. Demasiado abuso ha hecho Néstor Kirchner de él y la sociedad parece comenzar a comprenderlo. Así repartió cuotas de poder entre toda la oposición, tanto que ningún quedó en condiciones de imponer su voluntad con la fuerza propia. ¿El mensaje? Dialoguen, busquen consensos, pero pónganle límite a la hegemonía.Fue paradójico, porque los meses que siguieron al comicio, tomaron el rumbo contrario. A marcha forzada, el gobierno no trepidó en hacer valer su mayoría hasta diciembre, y consiguió aprobar cuanta ley se propuso. Pasaron la Ley de Medios, la extensión de la emergencia económica, la continuidad de las retenciones, la ratificación del impuesto al cheque (manoteando otra vez las arcas provinciales) y el miércoles, la reforma política, que fue convertida en ley por el Senado. De nada sirvieron los pedidos de consenso o reflexión. Es la metodología que usó siempre Néstor Kirchner, desde los albores de su carrera política, cuando empezó a construir poder en Santa Cruz.Kirchner no entiende otro idioma que el del látigo. Para los demás y para sí mismo. De nada sirven las conversaciones y los diálogos: siempre gobernó de esa manera y es probable que nunca cambie. Por eso, la única forma de frenarlo, es utilizando sus mismos códigos. Kirchner interpreta el consenso o la voluntad de buscarlo como un signo de debilidad. Es como los tiburones cuando perciben sangre, que no descansan hasta comerse a la presa.En este contexto y con este pensamiento plenamente vigente, se llegó a la sesión del jueves en la Cámara de Diputados. El dispar conglomerado opositor pendió de un hilo en todo este tiempo. Suponer que es fácil juntar a un macrista con Pino Solanas es una ingenuidad; sólo algo muy fuerte podía lograr eso. Y fue, otra vez, Néstor Kirchner el que lo pudo hacer.A media tarde del jueves, estaba todo prácticamente arreglado. Era una derrota honrosa para el oficialismo que retenía la presidencia de varias comisiones, consideradas 'claves para la gobernabilidad' para la Casa Rosada. Pero llegó Kirchner desde Olivos y pateó el tablero: era todo o nada. A Rossi se le terminaron de encanecer los pocos pelos oscuros que le quedaban y amagó con pegar el portazo. Hubiera sido un escándalo mayúsculo. Al final, desde Olivos, la Presidenta opinó diferente. No podían someterse al papelón institucional de hacer naufragar una sesión preparatoria del Congreso que estaba mirando medio país por televisión.La apuesta final del ex presidente pasó por las diferencias opositoras. Supuso que no podrían bajar al recinto y ahí se abriría una brecha para negociar. Pero subestimó a varios de sus adversarios. Felipe Solá (un viejo conocido), Elisa Carrió y Oscar Aguad fueron claves. Solá porque aceptó resignar la vicepresidencia tercera y dejarla vacante y Carrió porque se encargó de hablar con todos y cada uno de los diputados opositores. Al final, fue el radical cordobés el que dio la puntada final para sellar el acuerdo.La primera señal de derrota oficialista la indicó el tablero oficial: 144 diputados. Había quórum para empezar a sesionar y la oposición podía quedarse con todo. Aún así, hubo un gesto adicional que fue esperar durante una hora y media que el Frente para la Victoria bajara al recinto. Cuentan que otro llamado de Olivos precipitó los acontecimientos: "bajen porque sino esto va a terminar en escándalo", habría dicho la Presidenta, con Rossi del otro lado del teléfono. En masa, y aceptando tácitamente el fin de la hegemonía, los legisladores oficialistas fueron bajando al hemiciclo. A esa altura, Graciela Caamaño había dado el puntapié inicial y Pinky había tomado la posta, como legisaldora más longeva. La cara de satisfacción empezaba a insinuarse en algunos rostros de la oposición. Todos miraron de reojo cómo Néstor Kirchner se sentó al lado de Rossi y, con cara de pocos amigos, se arrellanó en el sillón. Rossi se desgañitó denunciando que estaban en presencia de una violación del reglamento, algo que nunca había ocurrido en la historia institucional argentina. Fue extraño ver, a quienes hasta 24 horas antes había hecho uso y abuso de esa mayoría, pisoteando los consensos y los reglamentos, pedir ahora que se respetaran.Pero el final de la historia estaba anunciado. Si bien la presidencia de la Cámara seguirá en manos de Eduardo Fellner, Ricardo Alfonsín quedó como vice primero, Patricia Fadel (FPV) en la segunda y vacante la tercera, que podría ser para el Peronismo Federal o la Coalición Cívica. Y en las comisiones, el oficialismo quedó en minoría, entre 1 y 4 diputados en todas, aunque le aseguraron la presidencia de varias de ellas. En rigor, pudo ser mucho peor porque la oposición pudo quedarse con más, pero nadie quiso forzar la situación ni darle aire a los que hablaban de 'golpe institucional'.El objetivo inicial, y lo que demandó la sociedad el 28 de junio pasado, se cumplió: ponerle un freno a las ambiciones kirchneristas y su forma patoteril de ejercer el poder.Ahora, el gran desafío del conglomerado opositor, es demostrar que se puede legislar de otra manera, la que el oficialismo no comprende. Menuda tarea le queda a los líderes de la oposición, con Néstor Kirchner en la puerta, esperando para aprovechar la primera diferencia. Se vienen dos años apasionantes en los que la calidad institucional de la Argentina podría dar un salto cualitativo. Resta ver si están a la altura de las circunstancias. La sociedad se los demanda, ojalá lo puedan hacer.
Por Jorge Barroetaveña
De la redacción de El Día de GualeguayCon el paso de los meses, el mensaje de las urnas de mitad de año fue quedando en claro. Dos de cada tres argentinos votaron en contra del gobierno, pero no eligieron a ningún candidato opositor para darle todo el mandato. Como un experto prestidigitador el argentino enojado optó por distribuir el poder. Demasiado abuso ha hecho Néstor Kirchner de él y la sociedad parece comenzar a comprenderlo. Así repartió cuotas de poder entre toda la oposición, tanto que ningún quedó en condiciones de imponer su voluntad con la fuerza propia. ¿El mensaje? Dialoguen, busquen consensos, pero pónganle límite a la hegemonía.Fue paradójico, porque los meses que siguieron al comicio, tomaron el rumbo contrario. A marcha forzada, el gobierno no trepidó en hacer valer su mayoría hasta diciembre, y consiguió aprobar cuanta ley se propuso. Pasaron la Ley de Medios, la extensión de la emergencia económica, la continuidad de las retenciones, la ratificación del impuesto al cheque (manoteando otra vez las arcas provinciales) y el miércoles, la reforma política, que fue convertida en ley por el Senado. De nada sirvieron los pedidos de consenso o reflexión. Es la metodología que usó siempre Néstor Kirchner, desde los albores de su carrera política, cuando empezó a construir poder en Santa Cruz.Kirchner no entiende otro idioma que el del látigo. Para los demás y para sí mismo. De nada sirven las conversaciones y los diálogos: siempre gobernó de esa manera y es probable que nunca cambie. Por eso, la única forma de frenarlo, es utilizando sus mismos códigos. Kirchner interpreta el consenso o la voluntad de buscarlo como un signo de debilidad. Es como los tiburones cuando perciben sangre, que no descansan hasta comerse a la presa.En este contexto y con este pensamiento plenamente vigente, se llegó a la sesión del jueves en la Cámara de Diputados. El dispar conglomerado opositor pendió de un hilo en todo este tiempo. Suponer que es fácil juntar a un macrista con Pino Solanas es una ingenuidad; sólo algo muy fuerte podía lograr eso. Y fue, otra vez, Néstor Kirchner el que lo pudo hacer.A media tarde del jueves, estaba todo prácticamente arreglado. Era una derrota honrosa para el oficialismo que retenía la presidencia de varias comisiones, consideradas 'claves para la gobernabilidad' para la Casa Rosada. Pero llegó Kirchner desde Olivos y pateó el tablero: era todo o nada. A Rossi se le terminaron de encanecer los pocos pelos oscuros que le quedaban y amagó con pegar el portazo. Hubiera sido un escándalo mayúsculo. Al final, desde Olivos, la Presidenta opinó diferente. No podían someterse al papelón institucional de hacer naufragar una sesión preparatoria del Congreso que estaba mirando medio país por televisión.La apuesta final del ex presidente pasó por las diferencias opositoras. Supuso que no podrían bajar al recinto y ahí se abriría una brecha para negociar. Pero subestimó a varios de sus adversarios. Felipe Solá (un viejo conocido), Elisa Carrió y Oscar Aguad fueron claves. Solá porque aceptó resignar la vicepresidencia tercera y dejarla vacante y Carrió porque se encargó de hablar con todos y cada uno de los diputados opositores. Al final, fue el radical cordobés el que dio la puntada final para sellar el acuerdo.La primera señal de derrota oficialista la indicó el tablero oficial: 144 diputados. Había quórum para empezar a sesionar y la oposición podía quedarse con todo. Aún así, hubo un gesto adicional que fue esperar durante una hora y media que el Frente para la Victoria bajara al recinto. Cuentan que otro llamado de Olivos precipitó los acontecimientos: "bajen porque sino esto va a terminar en escándalo", habría dicho la Presidenta, con Rossi del otro lado del teléfono. En masa, y aceptando tácitamente el fin de la hegemonía, los legisladores oficialistas fueron bajando al hemiciclo. A esa altura, Graciela Caamaño había dado el puntapié inicial y Pinky había tomado la posta, como legisaldora más longeva. La cara de satisfacción empezaba a insinuarse en algunos rostros de la oposición. Todos miraron de reojo cómo Néstor Kirchner se sentó al lado de Rossi y, con cara de pocos amigos, se arrellanó en el sillón. Rossi se desgañitó denunciando que estaban en presencia de una violación del reglamento, algo que nunca había ocurrido en la historia institucional argentina. Fue extraño ver, a quienes hasta 24 horas antes había hecho uso y abuso de esa mayoría, pisoteando los consensos y los reglamentos, pedir ahora que se respetaran.Pero el final de la historia estaba anunciado. Si bien la presidencia de la Cámara seguirá en manos de Eduardo Fellner, Ricardo Alfonsín quedó como vice primero, Patricia Fadel (FPV) en la segunda y vacante la tercera, que podría ser para el Peronismo Federal o la Coalición Cívica. Y en las comisiones, el oficialismo quedó en minoría, entre 1 y 4 diputados en todas, aunque le aseguraron la presidencia de varias de ellas. En rigor, pudo ser mucho peor porque la oposición pudo quedarse con más, pero nadie quiso forzar la situación ni darle aire a los que hablaban de 'golpe institucional'.El objetivo inicial, y lo que demandó la sociedad el 28 de junio pasado, se cumplió: ponerle un freno a las ambiciones kirchneristas y su forma patoteril de ejercer el poder.Ahora, el gran desafío del conglomerado opositor, es demostrar que se puede legislar de otra manera, la que el oficialismo no comprende. Menuda tarea le queda a los líderes de la oposición, con Néstor Kirchner en la puerta, esperando para aprovechar la primera diferencia. Se vienen dos años apasionantes en los que la calidad institucional de la Argentina podría dar un salto cualitativo. Resta ver si están a la altura de las circunstancias. La sociedad se los demanda, ojalá lo puedan hacer.
ESTE CONTENIDO COMPLETO ES SOLO PARA SUSCRIPTORES
ACCEDÉ A ÉSTE Y A TODOS LOS CONTENIDOS EXCLUSIVOSSuscribite y empezá a disfrutar de todos los beneficios
Este contenido no está abierto a comentarios