VIRGINIA DANIELA RODRÍGUEZ
La colectivera que une a los gurises del campo con la escuela
Hace ocho años que maneja un transporte rural en el que lleva a 32 estudiantes al colegio Nº 6 de Irazusta, un pueblo del Departamento y, su rol es indispensable para garantizar que los chicos de la ruralidad finalicen el secundario. A lo largo del tiempo que lleva detrás del volante, pudo ser testigo del crecimiento de los alumnos, sus historias de vida y el cierre de su ciclo escolar. Además, enfrentó diversas situaciones en la ruta y logró destacarse en una profesión históricamente monopolizada por hombres.
El legado de la familia Rodríguez son los colectivos, desde siempre el manejo de vehículos de gran porte formó parte de la vida de Daniela, que aprendió a conducir en el campo cuando era pequeña.
“Mi papá fue colectivero toda la vida, empezó cuando hacía el servicio militar en el colectivo del Ejercito, y me crié andando con él. Desde chiquita me gustó. En esa época, los colectivos traían un capó alto y me sentaba ahí e iba con mi papá. Tenía siete años cuando me enseñó a manejar, me ponía almohadones en el asiento e íbamos por el campo, porque mi mamá era docente en Urdinarrain y, donde había una zona que no pasaba nadie, me enseñaba un poquito. Aprendí en el auto, después me pasé al colectivo y cuando me casé con mi marido, que es camionero, él me daba el camión. Así que siempre estuve entre los fierros”, relató en una charla íntima dentro de su colectivo con Ahora ElDía.
Sin embargo, para Daniela convertirse en colectivera era un sueño imposible, no lo veía viable por el entorno machista que desconfiaba de su capacidad. No obstante, su padre, Don Rodríguez, siempre creyó en ella y confió en que lograría su propósito.
“Mi papá llegó a verme manejar e incluso a viajar conmigo. Cuando tuve la primera entrevista, él se puso muy contento. Siempre le decía que quería ser colectivera, pero era algo que no se iba a dar nunca porque era una sociedad tan cerrada y machista que pensé que no lo iba a lograr. Incluso, me pasó que yo andaba en el colectivo y la vi a Sofía Dalcol, que también empezaba a manejar en una línea urbana y, me sentí tan contenta de que otra mujer se sumara. La que quiera manejar, siempre digo que no se deje llevar por el qué dirán. A mí me costó mucho, yo estaba segura de lo mío, pero entrar al círculo era lo más complicado. Mis compañeros se tuvieron que adaptar. Recuerdo las primeras veces que salía, la gente se quedaba mirándome. Ahora por suerte ya no, están más acostumbrados a ver mujeres manejando colectivos”, mencionó con una sonrisa en la voz.
“La mamá del colectivo”
A Daniela le asignaron hace 8 años el recorrido rural que conecta Gualeguaychú, Palavecino, Larroque y Talita con la Escuela Secundaria Nº 6 de Irazusta.
“El primer día fueron sentimientos encontrados, estaba muy nerviosa. Recuerdo que se me hizo eterno el viaje, hacía un trecho sin chicos y lo hice de noche, llegué con muchos nervios, una vez que los dejé me relajé pero sentí mucha ansiedad. Sentía la adrenalina de manejar, pero también la responsabilidad de llevar a los chicos, soy mamá, así que todo el tiempo estaba pendiente de que estuvieran bien y no les pasara nada”, rememoró Rodríguez.
Este año, Daniela se mudó a Irazusta por lo que su recorrido comienza a las 10 de la mañana rumbo a Talitas donde el primer grupo de estudiantes sube a las 11:10 y continúa rumbo a Larroque. Luego de una hora y media de camino rural, en total tiene nueve paradas en entradas de campo, llega a la escuela de Irazusta a las 12:15, horario en que los estudiantes almuerzan para después iniciar su jornada escolar.
El tiempo que Daniela comparte con los jóvenes le permite conocer sus historias de vida e incluso saber de qué humor está cada uno cuando sube al colectivo.
“Notás cuando están enojados, o cuando se pelean entre ellos porque los que siempre van juntos se sientan por separado. Los chiquitos que recién empiezan, al comienzo, se portan mal y entonces, los hago sentar adelante por una semana y cuando se portan mejor los dejo sentarse atrás que es lo que más les gusta”, indicó la colectivera que, si bien es buena, tiene sus reglas de comportamiento dentro del gran vehículo.
A medida que pasan los años, se convierte en testigo del cambio, evolución y fin de ciclos de cada uno de los alumnos que transporta. De hecho, narró que en una ocasión, una de las estudiantes que viajaba con ella la invitó a su fiesta de 15: “Ella me dijo que soy su mamá del colectivo, e incluso en su cumpleaños, me hizo una carta que todavía la tengo guardad, donde me dice un montón de cosas relindas”.
Daniela sabe que no es solamente la colectivera, sino que los chicos encuentran en ella una compañera, y un puente entre sus casas y la escuela. Si no existiera el transporte rural, la mayoría no tendría los medios para poder llegar a la institución.
“Para los chicos es muy importante el transporte rural porque el colegio les queda lejos y no tienen movilidad. Además, también está el problema de los caminos cuando llueve. La entrada de Talita es imposible de hacer. Siempre se está pidiendo desde las escuelas si se puede arreglar el camino, pero la máquina pasa muy de vez en cuando.”, apuntó.
Y agregó: “Todos son felices yendo a la escuela, incluso aquellos que no les gusta mucho estudiar. Encuentran en el colegio el lugar donde hacer amigos y salir de sus hogares”.
A modo de anécdota, recordó que en una ocasión al colectivo se le rompió una manguera que conectaba el gasoil y, junto con la única pasajera que quedaba a bordo, Belén, debieron esperar al costado de la ruta hasta que llegaron a asistirlas.
“Nos quedamos sentadas en una montañita de tierra y nos alumbrábamos con el celular. Ella me decía que tenía hambre y me contaba que miraba un poquito de pasto y se imaginaba que era una lechuga. Desde ese momento, siempre se trajo un paquete de galletitas por las dudas”, refirió entre risas.
El estado de las rutas y las docentes a dedo
La gualeguaychuense asume su tarea con mucha responsabilidad y siempre es prudente con la velocidad, algo que su padre le recordaba todo el tiempo. Además, debe prestar especial atención al estado de la ruta.
“La entrada a Gualeguaychú es un desastre, pero hay que hacerlo con cuidado y precaución y, andando con personas tenés que tener mucha más precaución. Hago 180 kilómetros todos los días en total, ya me conozco todos los pozos y las curvas que hay en el camino”, resaltó Daniela.
En su recorrido, también encuentra docentes haciendo dedo para poder llegar a trabajar. Al respecto, comentó que “Hay cada vez más, incluso gente en general, está complicada la situación. Si voy con chicos no puedo parar, cuando veo un docente es como que necesito parar, pero no siempre puedo. Una docente jardinera habló conmigo y con la directora que para que solo la sacara el trecho que es de tierra hasta la ruta”.
El reconocimiento de la comunidad
Daniela forma parte de la escuela de Irazusta ya que su rol es clave dentro de la institución, pero no sólo allí, sino también en el pueblo. Los vecinos se acercan a conversar con ella e incluso los más pequeños insisten en dar una vuelta en el bus, ya que la mayoría es la primera vez que ve un colectivo.
A tal punto está integrada en Irazusta que este año decidió mudarse allí: “Por la cantidad de tiempo que paso allá tengo más amigos que en Gualeguaychú. Cuando mi papá vivía y hacía el recorrido conmigo, llevaba dos reposeras y la conservadora, buscábamos la sombra en el verano y en invierno nos sentábamos adentro del colectivo con el mate. Ahora, mientras espero a que los chicos salgan de la escuela, limpio el colectivo, me pongo a leer, a tejer o a conversar con la gente. Siempre tuve la suerte de ser incluida. Entablas una amistad con las personas de ahí y con los profesores”.
Además de contar con la estima de los alumnos y la comunidad de Irazusta, Daniela Rodríguez fue distinguida en el mes de marzo en el Teatro Gualeguaychú por parte del Municipio por su labor conectando a los estudiantes con la escuela y sobre todo, por ser una más de las mujeres que abre caminos y rompe estereotipos de género.
A la colectivera rural solo le queda un sueño por cumplir: manejar un colectivo de larga distancia. De hecho, confiesa que más disfruta son los viajes de estudio en los que tiene que llevar a los adolescentes de excursiones al Palacio San José: “Salir a la ruta me desconecta, me tranquiliza. Me gustan las rutas concurridas, no las tranquilas. Tiene otra adrenalina”.
En tanto, su hijo Tomás, seguirá el legado de la familia, ya que se encuentra esperando los 21 años de edad para poder manejar un colectivo. Su hija, estudia medicina pero también es amante de los fierros, aunque prefiere los autos de carrera.