La conciencia sobre la realidad corporal

Una visión "descarnada" del hombre, que lo ve sólo como un ser espiritual, ha denigrado la dimensión corporal. Pero nada es más real que nuestra fisiología, cuyos ritmos marcan la vida. Siempre han existidos los despreciadores del cuerpo. Abundan entre los cultores de visiones espiritualistas del hombre, al que suelen concebir como un ángel incorpóreo.El filósofo Friedrich Nietzsche se ha dedicado a criticar a los que desprecian el cuerpo, aquellos ascetas que huyen del mundo, a los "predicadores de la muerte", a los enemigos del "sentido de la tierra" que habla a través del cuerpo.La relación de la mente y el físico, entre el alma y el cuerpo, dos realidades presentes en el hombre, ha ocupado a los pensadores de todos los tiempos. Como ocurre siempre, existen los extremistas que exaltan una dimensión a costa de la otra.El escritor francés Michael Montaigne proponía, frente a los radicales de uno y otro bando, una filosofía de la reconciliación. "De nuestras enfermedades, la más salvaje es despreciar nuestro ser", opinaba.En lugar de partir en dos al hombre, lo espiritual por un lado y lo físico por el otro, en abierta guerra civil, sugería hacer las paces entre ambas dimensiones, reconociéndole a cada una el derecho a existir sin menoscabo.En el siglo XVI prevalecía una cultura de negación del cuerpo, frente a la cual Montaigne sugería aprender a aceptarlo como un hecho inalterable de nuestra condición, ni tan terrible ni tan humillante.Nuestro cuerpo huele, duele, se debilita, late, da punzadas y envejece. Y en muchos aspectos cabría postular que tiene nuestra mente como rehén al servicio de sus ritmos y demandas.El escritor francés recordaba que nuestra forma de ver la vida puede, de hecho, alterarse por completo como consecuencia de la fisiología. Una pesada digestión, por caso, puede ser determinante del humor y el talente general."Si la salud y la luz de un hermoso día me sonríen, soy un buen hombre; si tengo un callo que me aprieta en un dedo, estoy malhumorado, desagradable e inaccesible", escribió.El pensador rumano Emil M. Cioran (1911-1995) decía, en tanto, que había que desconfiar de las religiones y filosofías que desprecian el cuerpo. Por ellas se cuela, razonaba, una visión deshumanizante.De hecho, Cioran creía que no hay nada más misterioso que el destino de un cuerpo. "Dependemos de él; es como un destino, una fatalidad mezquina y lamentable a la que estamos sometidos", escribió.Y añadió: "El cuerpo es todo y no es nada; un misterio casi degradante. Pero el cuerpo es asimismo una potencia fabulosa. Aunque, una vez que se ha sido consciente de la dependencia que engendra, es imposible olvidarla".Hoy, en el siglo XXI, vivimos una época de reivindicación corporal, a la luz de los adelantos de la higiene y la medicina, que han prolongado extraordinariamente la expectativa de vida humana.Desde aquí se habla de la importancia de escuchar los mensajes del cuerpo. Se ha generalizado, así, una cultura orientada a estar atento a los "síntomas", como el dolor de cabeza, la acidez de estómago o el dolor de espalda."Un síntoma es una manifestación física o incluso emocional que nos hace tomar conciencia de que algo anormal está pasando", resumió hace poco el doctor Daniel López Rosetti, al explicar la importancia de estar atentos a la información que envía el cuerpo.Los síntomas son el lenguaje con que el físico nos avisa que algo malo sucede, razón por la cual tenemos que aguzar la escucha de esos mensajes, si se quiere preservar la salud.
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