La conciencia moral del régimen castrista
¿Cuál fue el pecado de esta mujer, a la que no dejaban salir de la isla para visitar a su familia en la Argentina?. Muy simple: disentir con el régimen, o mejor con la voluntad omnímoda de Fidel Castro.
Presionado internacionalmente para abrir Cuba a la libertad, y ante evidentes signos de implosión del propio régimen, el gobierno de Raúl Castro, otorgó un permiso de salida.
Es una decisión dictada desde el pragmatismo del poder: la delicada salud de la madre de Molina, que vive en Buenos Aires, aconsejaba ceder. Había que evitar la acusación de falta de escrúpulos por impedir el reencuentro de una hija con su madre hospitaliza.
Es decir, el principio de la razón de Estado guía este gesto político. Es una “concesión” que hace el poder totalitario –que es fuente del derecho- sobre un individuo, que es su súbdito.
Hilda Molina, que hoy predica que los cubanos sean “libres sin tener que pedir permiso a nadie”, es la conciencia moral de un régimen decrépito que en nombre de la “revolución” pretende controlar la vida de las personas.
Es que la médica no puede ser acusada de “anticastrista”, de ser “agente” del imperialismo norteamericano, de ser funcional a la oposición que vive en Miami. No, ella viene del riñón del sistema.
Fue fundadora y directora del Centro de Restauración Neurológica (CIREN), del que fue directora desde su creación, en 1989, hasta 1994. Ese año renunció no sólo al CIREN sino al Partido Comunista y a la banca que ocupaba en la Asamblea Nacional.
Dos años después entregó las trece medallas con las que había sido premiada por la Revolución. En 1994 su hijo Roberto se casó con una argentina y se vino a vivir a nuestro país.
Desde entonces, la médica ha venido pidiendo un permiso para visitar a su familia en Buenos Aires. Los buenos oficios del Vaticano y de la Iglesia Católica Cubana, a la que recurrió Hilda, ayudaron a que se le concediera días atrás la autorización.
Su situación personal –la imposibilidad de reunirse con su madre, su hijo y sus nietos- hizo que Molina tomara conciencia del drama de tantas familias cubanas desunidas por el Estado.
Ya en Buenos Aires, explicó por qué el régimen no la dejaba moverse. “Fidel Castro no me dejó salir de Cuba porque yo renuncié al sistema. Y lo hizo como una especie de escarmiento: el que llega a la posición de Hilda Molina y haga esto, ya sabe lo que le espera”.
Más adelante, en referencia al dictador enfermo y viejo, relató: “Si él me fusilaba, me hacía un favor. Y yo quisiera que el señor Fidel Castro, el verdugo de mi familia, gane paz en su alma, y el tiempo que le pueda quedar de vida lo pase bien”.
A la médica le gustaría poder llevar a su madre, si se repone de su dolencia, otra vez a Cuba, para que pueda ver a sus amistades. Preguntada sobre si estaba dispuesta a volver aunque siguieran los Castro, confesó: “Parece que los Castro se van a demorar bastante en el poder. Pero ellos no son Cuba, no son la patria”.
Hilda Molina nos deja una enseñanza valiosa: la prioridad del individuo por sobre el poder del Estado. Es esto lo que han negado, justamente, los totalitarismos de todos los tiempos, para quienes las personas y su dignidad no cuentan.
Si una lección nos dejó el siglo XX es que las fantasías utópicas basadas en la creación de “hombres nuevos” –al estilo comunista- pronto se convierten en “distópicas” pesadillas totalitarias.
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