La conectividad no está exenta de riesgos
Mientras nuestras vidas se hacen más virtuales, algunas prerrogativas personales, propias del mundo pre-digital, se volatilizan y entrañan señales inquietantes.El periodista Ariel Torres asegura que el "anonimato" es un mito si estamos online. Al respecto, recuerda que nuestro dispositivo (la PC, la notebook, la tablet, el teléfono) está identificado por un número, llamado dirección IP.Esa dirección nos es asignada por el proveedor de Internet (que tiene todos nuestros datos) o por la empresa donde trabajamos. "Entonces el anonimato en la Web, salvo para los expertos, es cercano a cero", refiere.El segundo mito, agrega, es creer que poseemos alguna clase de control sobre los contenidos que subimos al ciberespacio, en especial a las redes sociales como Facebook y Twitter.Nuestros esfuerzos para que sólo nuestros amigos y contactos vean fotos, links y textos, son vanos. Las opciones de privacidad no sirven como fronteras o aduanas. Y esto porque los bits no piden permiso ni saben de cerrojos."En la práctica no tenemos ninguna posibilidad de saber hasta dónde llegarán, cuál será el alcance, quién más verá esos contenidos", sostiene Torres. Por esta razón no pocos han perdido su empleo o han tenido que enfrentar juicios de divorcio.La conectividad trae aparejado, en suma, un espacio susceptible de vigilancia, donde todo se replica y nada se olvida. La información privada en formato digital circula y se comparte, y a la vez deja rastros.Solemos olvidar que los datos que lanzamos al ciberespacio -a veces con frivolidad, y a costa de la intimidad- pueden caer en manos extrañas, dibujando un entorno inquietante en el cual somos constantemente espiados.Tecnológicamente es posible que se sepa, al hacer funcionar nuestra computadora, qué sitios visitamos, durante cuánto tiempo, qué compramos, sobre qué indagamos en los buscadores, de qué chat participamos.El británico George Orwell, publicó en 1948 una sombría novela ("1984") en la cual imaginaba una sociedad manejada, desde cumbres inaccesible y sin ubicación cierta, por un poder omnímodo, cruel e inmoral.Una sociedad de control absoluto de las personas, aunque bajo una fachada de benevolencia. ¿Qué diría Orwell, si viviera, sobre las posibilidades de espionaje que abre el actual entorno mediático?A todo esto, el escritor peruano Mario Vargas Llosa acaba de quejarse amargamente de la impunidad de aquellos que, desde Internet, toman prestada la identidad de otra persona para desnaturalizar sus dichos y pensamiento.Él mismo, según su testimonio, cayó víctima de estas operaciones. Contó que, para su sorpresa, gente amiga había leído un texto digital que llevaba su firma, titulado "Elogio de la mujer", y hubo incluso quienes lo felicitaron por su contenido.Alguien, finalmente, le hizo llegar el texto. "Era breve, estúpido y de una cursilería rechinante", juzgó el escritor. Deseoso de aclarar la adulteración, se puso presto a la tarea de "identificar al falsario que había pergeñado esa excrecencia retórica usando mi nombre".Fue entonces que comprendió que se trataba de una empresa inútil. Y esto "porque no hay nada más fácil que borrar las pistas de los fraudes retóricos". Al cabo, desistió de la búsqueda.No obstante, descargó su frustración en un artículo periodístico donde denunció el "perverso e impremeditado efecto" de las tecnologías que ponen en manos de seres indeseables "un arma que le permite violar y manipular lo que hasta ahora parecía el último santuario sacrosanto del individuo: su identidad".
ESTE CONTENIDO COMPLETO ES SOLO PARA SUSCRIPTORES
ACCEDÉ A ÉSTE Y A TODOS LOS CONTENIDOS EXCLUSIVOSSuscribite y empezá a disfrutar de todos los beneficios
Este contenido no está abierto a comentarios