La curiosidad, el impulso a saber
El deseo de saber es una nota distintiva del hombre, alguien que siempre ha querido encontrar un sentido a su presencia en la Tierra. Sobre todo frente a lo inexplicable, su curiosidad aumenta.Fueron los antiguos griegos quienes postularon que el conocimiento es el fin del hombre. Se le atribuye a uno de sus sabios, Sócrates, aquella frase que hizo historia: "Sólo sé que no sé nada".Aseguran que la pronunció contra sus adversarios, los sofistas, a quienes juzgaba engreídos por sus conocimientos. Pero el sabio, corregía Sócrates, es consciente de que en realidad sabe muy poco, y precisamente por eso, intenta una y otra vez salir de la ignorancia.Reconoce que hay un montón de cosas que no entiende. Y eso le molesta. De esa manera es, al fin y al cabo, más sabio que todos aquellos que presumen de saber cosas de las que no saben nada.Habrá quienes se sientan plenamente confortables con su visión del mundo. Probablemente por temor a poner a prueba sus creencias. Es gente que está dispuesta a rechazar las evidencias porque contradicen su percepción de las cosas.Contra este prejuicio dogmático se levantaba, justamente, la actitud del filósofo griego. Lo que se presupone obvio y "natural" rara vez resulta serlo, enseñó. Y de hecho sus adversarios lo acusaron de envenenar de escepticismo a la juventud ateniense.El descubrimiento y empleo del razonamiento científico es heredero de esta concepción socrática según la cual a medida que más conocemos, paradójicamente percibimos lo mucho que nos falta por conocer.Descubrir y entender el mundo es una tendencia humana natural. Por eso cuando distintos fenómenos entran dentro del conjunto de lo "inexplicable", aumenta el deseo de saber.El otro gran pensador griego Aristóteles sostuvo, por su lado, que lo que propiamente había movido a los hombres a filosofar fue el asombro o la admiración ante la contemplación del universo.Se diría que el saber nace del asombro, pues quien se asombra es casi seguro que acabará por advertir y reconocer que no sabe, y un tal reconocimiento (ese saber que no se sabe) terminará por despertar, con toda razón, la curiosidad. Y con la curiosidad viene el deseo de saber.El científico Albert Einstein se consideraba a sí mismo no tanto un sabio como un curioso empedernido. "No tengo talentos especiales, pero sí soy profundamente curioso", llegó a decir.Se dice que la escuela debe ser el lugar donde florezca el saber. Pero como aclara el poeta y escritor alemán Richard Dehmel, "enseñar a quien no tiene curiosidad para aprender es como sembrar un campo sin arado"."La curiosidad es insubordinación en su más pura forma", dijo por su lado el inconformista Vladimir Nobokov, escritor ruso nacionalizado estadounidense, para quien preguntarse suponía un gesto de rebeldía intelectual. El escritor mexicano Octavio Paz, en tanto, consideraba que el intelectual debe ser un francotirador, debe soportar la soledad, y saberse un ser marginal. A esa situación lo conduce su obsesión por saber, su inquietud insaciable.Preguntado una vez qué es lo que le da sentido a la presencia del hombre en la tierra, el autor de "El Laberinto de la Soledad" contestó: "Me reconozco hombre no en la respuesta que podría dar ahora a esta pregunta sino en la pregunta misma".Y añadió: "Esa pregunta, repetida desde el principio, desde Babilonia y aun antes, es lo que da sentido a nuestros afanes terrestres. No hay sentido: hay búsqueda de sentido".
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