La década de Néstor y Cristina: la historia se escribe hoy, pero se cuenta mañana

El fallo de la historia no es único ni irrepetible. Ni siquiera es contemporáneo, aunque algunos pretendan darle esa entidad. Por eso, será la historia y las próximas generaciones las que tengan el veredicto sobre los 10 años de kirchnerismo en la Argentina. Jorge Barroetaveña Cuando Néstor Kirchner llegó al poder tenía poco poder. Había estructurado una alianza táctica con Eduardo Duhalde que, después de merodear por varios otros candidatos terminó quedándose con el santacruceño sin estar demasiado convencido. Kirchner estaba en el momento oportuno en el lugar oportuno: la sociedad quería terminar con el liderazgo de Carlos Menem y sepultar definitivamente la triste experiencia de De la Rúa que había dejado sumido al país en el caos político y económico. Envuelto en ese aire desconocido, de gobernador joven, buen administrador que viene del sur y con el apoyo clave de las huestes duhaldistas en Buenos Aires, a Néstor le alcanzó para quedar segundo detrás de Menem. El terror a recibir una paliza por parte del riojano hizo el resto. Y el flamante presidente se encontró ante su principal desafío: reconstruir el poder presidencial y enderezar la recuperación de la economía, a la que Duhalde y Lavagna habían aportado haciendo el trabajo sucio. Sagaz, el sureño ratificó en el cargo al ex ministro de economía y empezó a cortar los lazos con su 'padrino', temeroso de las históricas imposiciones del aparato bonaerense. Su estilo alejado de los clichés tradicionales de la política argentina, desenfadado y poco apegado a los protocolos, le granjeó rápidamente la simpatía popular. Todos los recuerdan tomando mate en el Consejo General de Educación de Entre Ríos cuando se tomó el primer avión para darle plata a Montiel y destrabar un conflicto docente que llevaba meses de aulas vacías. Y empezaron las apuestas fuertes: descabezó a la Corte Suprema menemista, relanzó la política de derechos humanos desconociendo los juicios a los militares de la década del '80, estrechó lazos con algunos países de América Latina, especialmente Venezuela y empezó a manejar con mano de hierro la economía y la política que, desde ese momento, pasaron a ser una sola cosa. Néstor Kirchner fue el artífice junto con Lavagna del canje de deuda en 2005 que alivió las arcas del estado y permitió al gobierno nacional expandir el gasto social, traducido en ayudas y subsidios a los que la crisis del 2001 había dejado en el camino. Oposición desperdigadaSu cerebro político había imaginado una alternancia larga en el poder. Primero él, luego Cristina, otra vez él y Cristina de nuevo. En el 2007 y con esa carga a favor, no fue difícil para el kirchnerismo derrotar a una oposición desperdigada, sin rumbo fijo ni propuesta clara. Y llena de ansias de protagonismo. Se quedaron sin el pan y sin la torta. A poco de andar a Cristina le estalló el conflicto del campo: fue la primera resistencia seria al 'modelo'. Le llevó un año y medio al gobierno recuperarse, pese a la derrota electoral del 2009. Aprovechando el error de visión que cometieron muchos que lo daban por muerto, la recuperación llegó en el 2011, sólo de la mano de Cristina, por el fallecimiento del ex presidente que le dio un tono épico a la campaña. El proyecto no estaba muerto ni mucho menos, gozaba de buena salud, aunque debía sufrir algunos ajustes. "Sintonía fina", definió Cristina en aquella campaña, para describir los cambios que se venían, para 'profundizar' lo hecho según se anunció. Mientras tanto en el haber se fueron acumulando la estatización de las AFJP, la de YPF y la nueva Ley de Medios de Comunicación Audiovisual. Todas 'batallas' que el kirchnerismo debió librar ante una derecha retrógrada que, con su estrategia, le terminó siendo funcional.La economía creció a tasas chinas hasta el 2009, luego se enfrió y prácticamente se estancó en el último año y medio. En consonancia crecieron los cuestionamientos y el disconformismo de la clase media, el balancín de cada elección. Aunque apareció un fenómeno nuevo que el kirchnerismo nunca había mostrado: la negación. En los tiempos en que la economía iba sobre rieles no era necesaria pero cuando aparecieron las primeras señales preocupantes ese fue el camino elegido. Para algunos es un signo positivo que, diez años después, la Presidenta tenga el 40% de imagen positiva y un piso electoral que no está por debajo del 35%. Para otros se trata simplemente de un proceso lógico de desgaste que preanuncia el fin de un ciclo, como otros de la historia argentina. Un antes y un despuésLo cierto es que, más allá de los debates económicos y políticos y de dónde deje el kirchnerismo la realidad, la Argentina nunca volverá a ser la misma. Habrá un antes y un después de estos años. A la oposición política y al sistema de partidos en general le queda el desafío de articular nuevas propuestas, superadoras de lo vivido y sin deudas con el pasado. Que mejoren la calidad de nuestra democracia, una cuenta que quedará pendiente de estos años. A la economía, hacerla más previsible, profundizando la recuperación de la industria nacional pero sin dejar de mirar al mundo. Y saldando la inmensa deuda social que la Argentina aún arrastra. Se hizo mucho pero hay un largo camino por recorrer, reinstalando la cultura del trabajo y permitiendo que los excluídos del sistema puedan otra vez ser parte de él.Más de un tercio de la democracia argentina desde 1983 a la fecha estará signado por el cuño kirchnerista. Y eso sucederá al menos hasta el 2015 cuando la Presidenta finalice su segundo mandato y los ciudadanos elijan su reemplazante. A esta altura sería bueno aprender que así son los procesos democráticos. Nadie es eterno. Se debe tolerar la discrepancia y ser respetuoso de las minorías. Tampoco es bueno revivir fantasmas del pasado para asegurar vigencia política. Pero será la historia, no nosotros, los que pongamos eso en contexto.
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