LA TRAICIÓN A QUIEN CONFÍA
La deleznable costumbre de reptar
En la descripción que hace Dante Alighieri acerca de los nueve círculos del infierno, el último, el más aborrecible, es el que aloja a los traidores.
Por Luis Castillo*
Sin dudas, de las bajezas más despreciables, la traición es la peor porque conlleva la confianza previa de quien va a ser traicionado. No se puede traicionar a un enemigo, solo a quien confía en una lealtad que se descubre como ausente al momento del infame acto de la traición.
Es inevitable mencionar esta palabra y no asociarla a Judas quien se cuenta que, a cambio de dinero ―ingenua interpretación―entregó a Jesús. No relacionar esta traición con un acto netamente político es no interpretar adecuadamente la situación sociopolítica de la Judea de los inicios de nuestra era. Como la historia del infame Efialtes de Tesala, tristemente célebre por haber entregado a sus hermanos espartanos frente a los invasores persas o a Bruto, quien clavó la daga mas hiriente en el cuerpo de Julio Cesar ya que el fue el artífice de ese magnicidio.
La traición política, escribió Maquiavelo, es el único acto de los hombres que no se justifica; “los celos, la avidez, la crueldad, la envidia, el despotismo son explicables y hasta pueden ser perdonados, según las circunstancias; los traidores, en cambio, son los únicos seres que merecen siempre las torturas del infierno político, sin nada que pueda excusarlos”. Y es que ese acto tiene que ver no solo, como mencionamos antes, con la ausencia de valores sino fundamentalmente con la pérdida del honor, palabra y concepto que parecieran estar en vías de extinción, sobre todo a nivel político. Hoy escuchamos ―hasta con una cómplice y estúpida sonrisa― frases como: “en política no se le niega una traición a nadie”.
Despreciables personajes que destruyen la confianza de la gente en la política como herramienta de crecimiento y cohesión para mostrarla como un campo de batalla en donde todo vale ―traición incluida―para hacerse de una cuota no pocas veces mínima y efímera de poder. Aunque ese poder no sea ni siquiera para sí sino para otros, los que no se ensucian las manos, los que operan en las sombras, los que alimentan pacientemente en los traidores el aborrecible placer de morder la mano de quien le dio alguna vez de comer, le dio su tiempo o escuchó sus miserias.
Las serpientes y los traidores reptan y descargan sus venenos ―artera y silenciosamente―aun a sabiendas de que perderán su cabeza sin dignidad ni estrépito. Y aquellos que superen las barreras del olvido serán recordados apenas como ejemplo del deprecio y la estulticia.
*Escritor, médico y concejal por “Gualeguaychú Entre Todos”