La desconfianza atenta contra nuestro potencial
Pocos países están tan bien dotados como la Argentina, en términos de recursos naturales y humanos. Por eso llama la atención que esos dones no los pueda multiplicar.Las explicaciones sobre el fracaso nacional -un país rico con gente pobre- concita incluso la curiosidad internacional. La lectura más trillada es la que afirma que los argentinos equivocan la ideología.Desde la izquierda, así, se le echa toda la culpa a la aplicación del mentado "modelo neoliberal". Desde la otra vereda ideológica, en cambio, se insiste en los males de las recetas "socializantes".Quien se ha apartado de esta dicotomía y ha trazado una explicación original ha sido el economista Stefano Zamagni, de la Universidad de Bolonia (Italia), quien viene proponiendo un cambio de paradigma global, sobre la base de la ética.Cercano al pensamiento social de la Iglesia Católica, Zamagni ha dicho: "La Argentina es un país que tiene potencial para ser el más rico del mundo. Si miramos la disponibilidad de los recursos naturales y el capital humano, Argentina está en el primer lugar en el mundo".Sin embargo -aclara- ese capital no está explotado porque faltan el capital institucional (constituido por las instituciones políticas o económicas) y el capital social.Zamagni llama capital social a la trama de las relaciones de confianza. "Aquí falta la confianza recíproca: los argentinos no confían los unos en los otros. Además, habría que privilegiar otro valor que para mí es el más completo: la fraternidad", sostiene.El economista italiano introduce así en su diagnóstico sobre la principal causa del subdesarrollo de la Argentina, una perspectiva antropológica. Nuestra pobreza, nos dice, no reside en la economía (tenemos todo) sino en nosotros mismos.Nuestra falta de capital social, siguiendo a Zamagni, hipoteca la posibilidad de trabajar en conjunto, más allá de las circunstanciales diferencias de opinión, en pos de objetivos comunes de largo plazo.La raíz del problema: "los argentinos no confían los unos en los otros". El diagnóstico no parece errado, si pensamos por ejemplo que la Argentina es un país que fuga sus capitales.Dos datos cruciales: -el ahorro de argentinos depositado en el exterior equivale al total de la deuda pública (entre 150 mil y 200 mil millones de dólares); - en los últimos tres años salieron del sistema financiero la friolera de más de 40 mil millones de dólares.Es decir, semejante ahorro fugado delata que la Argentina produce plusvalía todo el tiempo. Es una economía rica, abundante. Lo dramático es que todo este dinero no se reinvierte, no se aplica al desarrollo nacional.Frente a esta realidad, la pelea del gobierno K con la oposición por el uso de las reservas para pagar deuda, resulta una pelea miserable. Una disputa que sólo agrava la falta de confianza entre nosotros mismos y del país con respecto al exterior.¿Qué pensarán afuera cuando los presidentes argentinos salen a pedir un voto de confianza de los inversores extranjeros, como ocurre cada tanto?"Éstos no creen en ellos mismos y nos piden que les creamos", razonarán con lógica. Con un agravante: la Argentina ha protagonizado el más grande default de deuda de la historia económica mundial.Nada es casual: por eso nos piden tasas usurarias cuando, con los antecedentes que tenemos, salimos a pedir dinero prestado en el mercado internacional.Zamagni nos viene a decir que no sólo son necesarios los recursos humanos (la competencia técnica y profesional de las personas) y los recursos naturales (la soja), sino que hace falta una argamasa social, sobre la base de la confianza recíproca.
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