La distopía más sombría concebible
Una sociedad hipermanipulada pero contenta. El triunfo del modelo totalitario consiste en que el dominio no sea visto como tal, sino como algo aceptado y deseado, fruto del despojo interior.Puestos a imaginar una utopía perversa donde la realidad transcurre en términos opuestos a los de una sociedad ideal, la novela "1984" de George Orwell, escrita en 1949, ocupa un lugar de privilegio.Allí el autor inglés anticipa los peligros asociados a un Estado que concentra cada vez más poder. Para simbolizar la opresión externa, imagina un omnipresente "gran hermano", que controla la vida cotidiana de los hombres.El libro fue una de las más poderosas metáforas contra los megaestados de corte fascista que pululaban en la época, donde el adoctrinamiento masivo era la delicia de los déspotas.Sin embargo, muchos críticos creen que la distopía más sombría que ha producido la ciencia ficción, en su misión de profetizar los tiempos futuros, la concibió otro inglés, Aldous Huxley."Un mundo feliz", escrito por él en 1932, no supone en efecto que un líder autocrático privará a la gente de autonomía, restándole la información y los libros, ocultándole la verdad a través de una ensordecedora propaganda.Lo inquietante de la visión de Huxley es que la gente no se resiste a la tecnología con que el opresor aniquila su capacidad de pensamiento. El aspecto terrible del relato es que la víctima no odia a su opresor, sino que se entrega a él voluntaria y alegremente.En esa Tecnópolis, en la sociedad hipertecnificada, habrá tanta información que nadie entenderá nada y el público quedará reducido a la pasividad. Tampoco será necesario prohibir los libros porque a nadie le interesará leerlos.La verdad se ocultará en la marea de la irrelevancia cultural, en un contexto donde los que importe es vivir entre placeres y lujos. La devastación cultural será de tal dimensión que el entretenimiento perpetuo desalojará al pensamiento.Entonces sin necesidad de guardianes ni rejas, la trivialidad y una cultura agotada por la risa harán lo que ningún autócrata se imaginó jamás: que los dominados no sólo no perciban la dominancia, sino que la deseen.Esa sociedad, en la que nadie gritará por la libertad perdida, donde no habrá celdas ni carceleros, donde ya no se escucharán los quejidos de las víctimas, donde se ignorará el control, habrá encontrado la "felicidad" perfecta.En ese mundo no existe la posibilidad de que alguien pueda aspirar a más, a tener ambiciones, a superarse así mismo. Las contradicciones humanas serán eliminadas porque ya no habrá que angustiarse por decidir. El sistema ha previsto y resuelto todo con anticipación.Los ciudadanos serán felices porque ya no tendrán que elegir. Por cierto: ¿Hay algo más angustioso que tener que optar en la vida, que determinar si algo es bueno o malo? ¿Hay algo más desalentador que saber que nuestros actos tienen consecuencias, lo que alimenta la conciencia de que somos responsables?Cuando la libertad y el pensamiento -las dos cualidades antropológicas que definen a la especie humana- sean volatilizadas o anestesiadas, el hombre dejará de ser lo que es: un ser problemático.Pero a cambio alcanzará el contento deseado, producto del vacío mental y del hecho de que otro elegirá por él. La epidemia de estupidez nos hará felices, parece sugerir la distopía de Huxley.La pregunta que surge es, ¿estamos acaso frente a una visión que en nada se corresponde con la actual civilización del espectáculo? ¿O hay señales de que este "mundo feliz" se está entronizando?
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