La disyuntiva que plantea el consumo
El deseo de consumo y posesión de bienes es una constante humana. La historia puede ser vista como una búsqueda permanente por tener más cosas. Aunque esto puede entrañar el riesgo de "desposesión" personal.El crecimiento de rentas, gastos y oportunidades, desde el punto de vista económico, es un rasgo de emancipación característico de la sociedad contemporánea.La dinámica del consumo, en este contexto, sería una manifestación (o deseo) constante de la psicología humana, que ve en ello un símbolo de seguridad, abundancia y salud.La humanidad, de hecho, ha luchado siempre contra la escasez y la pobreza, en procura de un estado mayor de bienestar. El aumento de las tasas de consumo, así, ha sido un indicador de mejora en la calidad de vida de las personas.En el actual estadio histórico las decisiones de consumo son la fuente vital de una determinada cultura. La importancia que ha adquirido el consumo en el sistema de valores ha hecho reflexionar a filósofos, antropólogos y psicólogos."El hombre moderno no es el decadente pesimista de Nietzsche ni el trabajador oprimido de Marx, se parece más al telespectador probando por curiosidad uno tras otro los programas de la noche, al consumidor llenando su carrito, al que va de vacaciones y duda entre el hotel playero español y el camping en Córcega", ha escrito G. Lipovetsky, en "La era del vacío".Algunos pensadores creen que la actual civilización ha parido un nuevo tipo humano: el homo consumens, cuya característica esencial es que identifica la felicidad con el mero consumo.Se diría que nunca antes como ahora se constata tanta abundancia de objetos. Una avalancha de bienes materiales está a disposición de los individuos.Sin embargo, en un punto esos productos se desligan y llegan a dominar a los hombres que los consumen. Es decir, como si el hombre entrara en un proceso de "cosificación", en el sentido de que pierde libertad y racionalidad frente al mundo de los bienes.El psicoanalista Erich Fromm, en uno de sus libros más leídos: "¿Tener o ser?", ya advertía en 1976 la disyuntiva de la sociedad contemporánea. Allí habla de dos modalidades básicas de la existencia: la del tener y la del ser.La primera modalidad dice que la esencia verdadera del ser es el tener, para el cual "si uno no tiene nada, no es nada". Con base a esta idea los consumidores modernos se etiquetan con esta expresión: "yo soy: lo que tengo y lo que consumo".Si para la modalidad del tener, un hombre es lo que tiene y lo que consume -aclara Fromm-, los prerrequisitos de la modalidad del ser son "la independencia, la libertad y la presencia de la razón crítica".La característica de esta modalidad consiste en "ser activos", que significa expresar las propias facultades y talentos, la multiplicidad de dotes que cada uno posee.Significa también renovarse, crecer, expandirse, amar, trascender la cárcel del propio yo aislado, interesarse, "prestar atención, dar".Siguiendo este razonamiento, podríamos concluir que el hombre, en su afán de poseer bienes, y centrar allí toda su existencia, corre el riesgo de "desposeerse" a sí mismo, al vaciar su propia sustancia humana.De esta manera, la plenitud, la felicidad y la seguridad que buscamos en los bienes materiales, podrían derivar en un estado de esclavitud en el "tener", con graves consecuencias para la propia persona.Frente a este dilema, quizá la clave pase por saber discernir cuándo aquellos bienes que están a nuestra disposición, son un medio para nuestra expansión y libertad, y cuándo una ocasión que eclipsa lo mejor de nosotros mismos, empobreciendo la existencia.
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