La diversidad es lo único que nos une
En distintas partes del mundo se detecta un renacer del populismo, que suspira por los tiempos de mayor cohesión cultural y nacional. ¿Nostalgia de la tribu ante la lógica posmoderna de la diversidad?Varios analistas internacionales registran la emergencia de movimientos políticos filofascistas, tanto de izquierda como de derecha, que agitan programas nacionalistas.El fenómeno de Donald Trump en Estados Unidos, el magnate inmobiliario que se ha puesto a tiro de ser presidente, se explicaría por la frustración de la población blanca nativa, que no termina de digerir la diversidad étnica y cultural del país.La melancólica pérdida de hegemonía de esa etnia fundante es una de las razones del "trumpismo", quien cosecha adhesión electoral explotando políticamente la nostalgia de la grandeza blanca anglosajona.De aquí se explica la razón por la cual la mayor democracia liberal del mundo es hoy seducida por un discurso duro contra la inmigración, y a la vez se encandila con un programa "antisistema". Idéntico ruido de fondo se escucha en el Viejo Continente, donde también se agitan consignas nacionalistas contra los inmigrantes extranjeros.Es común en ambas orillas del Atlántico el ruido de tambores llamando a defender la tribu ante la presencia de extraños. Un país "unificado y cohesionado", reclaman los partidos neofascistas en Inglaterra, Francia, los Países Bajos, Alemania o Austria.La clave del fenómeno es el populismo, según explica el politólogo alemán de Princeton Jan-Werner Muller. En su ensayo "¿Qué es el populismo?", Muller sostiene que es un movimiento antipluralista.Esto es así porque los populistas creen representar a todo el "pueblo", aunque son apenas una parte. Para Trump, así, el pueblo norteamericano son sus votantes, es decir los nativos anglosajones blancos.Por otra parte la idea de "pueblo", de "popular", es un constructo ideológico, una representación ideal con pretensiones universales, que solo existe en la cabeza de los populistas, en sus versiones izquierdista y conservadora.Para algunos antropólogos este modo de mirar el mundo responde a una reminiscencia de la tribu, tiene que ver con el primitivo instinto gregario, que llama a juntarse ante el peligro inminente, como en la selva.Quienes piensan así se sienten desubicados en las sociedades posmodernas, donde priman la hibridez, la mezcla y el multiculturalismo. En el fondo es un rechazo, más o menos encubierto, a la "diversidad humana".Pero lo cierto es que, en las sociedades plurales, no nos unen los unanimismos ideológicos, sino justamente lo diverso. "En el mundo no hay dos opiniones iguales, como tampoco dos semillas o dos cabellos. La cualidad más universal es la diversidad", decía el francés Michel de Montaigne.Por eso un compatriota suyo, François-Marie Arouet, más conocido como Voltaire, sostenía que la tolerancia es una consecuencia de la naturaleza humana, y se basa en aceptar la idea ajena, aunque ésta suene delirante."Todos somos frágiles y estamos sujetos a errores. Perdonemos las tonterías de los demás. Ésa es la primera ley de la naturaleza", recomendaba Voltaire. Así, la tolerancia es la virtud propia de los ciudadanos que aceptan vivir en la diversidad, es el principio moral del pluralismo.La intolerancia es, en sentido contrario, el rasgo característico de los que añoran la cohesión mental de la tribu, de los regímenes políticos que proclaman el pensamiento único, arropado muchas veces bajo la palabra 'pueblo'.
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